jueves, agosto 09, 2012

Ana anda de gira: Día 12



A mis trolls con amor desde Louiseville, Kentucky
I love trolls!
Día 12.-
Miércoles.
La despertada no fue tan mortal ya que como saldríamos hasta las 9:30, tenía tiempo según yo. Por si las dudas, pedí la “wake-up call” a las 7 am. No quería abrir los ojos y los pies otra vez no se querían extender en el piso. El suelo del baño estaba resbaloso porque la noche anterior antes de arreglarme para ir a cenar con los chicos, me di un baños de burbujas (con la novedad de que me las había comprado en el súper el día anterior, no quería desaprovecharlas) y babosa yo y babosa la superficie del bote, se cayó al piso y se salió un poco. Recuperé lo más que pude para verterlo directo en la tina, pero gran parte quedó desparramado en el piso y era una trampa mortal. Probablemente con pasar la toalla por el piso se hubiera remediado, pero quien me conoce sabrá que fácil no es chido.
Sin caídas dignas de las olimpiadas, procedí a bañarme y tallarme tan bien como pude. Estrené una muestra gratis de shampoo fructis, o sea, no de botellita de hotel, sino de esos sobres que te dan en las farmacias para que pruebes el producto. Ahora no puedo dejar de tocarme el pelo porque la cosa esa brilla como recién pulido y se siente suavecito como gamuza.
Obvio siempre dejando todo al final, me senté a escribir incoherencias en las postales. Una vez que estuve lista retaqué las maletas como la vida me dio a entender y procuré que todo lo que llevo frágil fuera envuelto en una o dos capaz de ropa. En cuanto estuvo lista la maleta me fui al súper de nuevo. Creo que en Atlanta mi paseo principal fue el Publix, el súper que nos quedaba enfrente. Ahí encontré cositas para el pie que da gusto, y muchas otras monerías. En esta ocasión fui a comprar las estampillas. Iba ahora sí, preparada con suficientes fondos como para comprar la planilla completa, para que no pasara lo de DC.
Cuando volví al hotel ya la gente estaba casi lista. Tan rápido como me fue posible, fui al cuarto por mis 2 maletas y la mochila. Me aseguré de no dejar nada y bajé otra vez. Veinte minutos más tarde ya estábamos en el aeropuerto documentando y echando las maletas. Nos entretiene, me parece, jugar con las balanzas mientras que Sara (una de las intérpretes) hace nuestros check-ins. Ya que nos aseguramos que ninguna de nuestras maletas se pasaba del peso aceptado procedimos a la documentación.
Rombos de amor en el aeropuerto,
no pude desaprovechar la oportunidad.
Luego Liz y yo nos separamos para echar mis postales al buzón. Me puse a convencerla de las gracias y simpatías del correo tradicional. Llevar una postal es lindo, pero enviar una postal es haberte tomado el tiempo de decidir de antemano cuál le ibas a mandar a quién, llenarla, poner su dirección, ir al correo, comprar la estampilla y tener fe y confiar en que los sistemas postales, tanto gringo como mexicano van a funcionar para que tu amor hecho postal le llegue a esa persona tan especial y digna de que te hayas tomado la molestia. No sé si hizo efecto o no mi speech, pero al menos justifica mi obsesión por mandar una postal de cada ciudad, aunque luego acaben pescando polvo en el fondo de un cajón.
En este aeropuerto no me hicieron pasar por la cabina antiterroristas, hasta casi que lo extrañé. Lo malo es que sí me hicieron quitarme los zapatos y bueno, con la venda, la calceta y demás aditamentos que trae el zapato ya era imposible meterlo de nuevo.  Con la novedad al llegar a la sala que nos habían retrasado el vuelo y bueno, tuvimos que emplear recursos desgastantes como ponernos a platicar y convivir en la sala de espera. Ya no hay pudor, ya no hay decencia.
El vuelo transcurrió tranquilo, lo feíto fue cuando Mike se subió “amenazando” con vomitarnos porque le tocó en medio y él quería de perdis ventanilla. Yo con mi acostumbrada amabilidad le dije que mí no me anduviera con amenazas, que si lo que quería era el lugar tan fácil como haberlo pedido. Dicho pues nos recorrimos y cambiamos. Nos dormimos una siesta, pero el vuelo fue corto, así que no descansamos mucho.
Llegamos al hotel donde no estaban muy listos para recibirnos, tuvimos que esperar a que se fueran preparando las habitaciones y terminaran de arreglarlas. Nos dio la bienvenida una chica muy amable que se parecía un poco a Anne Hathaway en la película de “El diablo viste de Prada”. Ella es la encargada de International Affairs en Louiseville.
No sólo tienen estacionamientos de bici,
sino que son parte del arte urbano en la ciudad. 
Sylvia y Sara nos dieron literalmente 5 minutos para correr hasta el noveno piso, dejar las maletas, ir al baño, quitarnos la ropa que sobraba (ya que hacía mucho calor) y cambiarnos los zapatos si fuera necesario. Obvio con sólo 5 minutos casi no alcancé a hacerlo todo y estaba yo en un mood gruñón cuando bajé. Nos llevaron al súper en este caso tuvimos que hacerlo así, ya que no queda cerca del hotel y es mejor comprar las provisiones porque luego no hay a dónde ir.
Todos se burlaron de mi porque decidí llevarme dos paquetes de 24 crayolas por 1 dólar. O sea, cada paquete como por 7.50 pesos, a mí me disculpan, pero ni en la calle de Bolívar. Y menos si son de marca Crayola. En fin, también llevé un yogurt durito, ya no es como antes que se conseguían en cualquier súper. Ahora todos son batidos como el yogurt en México, pero yo tengo este recurrente recuerdo de la infancia en que cada vez que iba a visitar a mi tía a Houston había de ese yogurt que parece gelatina de tan cuajado que está, como un mousse de yogurt. Y bueno, finalmente después de tres ciudades pude cumplirme el antojo.
También me compré helado de vainilla. Quizá no fue la elección más sabia, ya que en el hotel hay frigobar, pero no tiene congelador. Un desastre, si me hubieran dado más de cinco minutos antes de salir del hotel, lo hubiera notado y me hubiera evitado amanecer hoy con crema de vainilla. En fin, más se perdió en la guerra.
Volvimos al hotel y nos acomodamos, luego Gabo, Mike, Iván, Rodrigo y yo salimos a comer y explorar la ciudad. Teníamos tres opciones: comida serbia, americana y americana del sur. Yo prefería serbia, pero ganó la americana del sur. Así que me empaqué un gumbo, muy bueno, por cierto. La mesera estaba muy linda y mis compañeritos llegaron a la conclusión de que “me gustan traileras”. Ash, todos los estereotipos que se carga una blusa de cuadros. Pero sí, las chicas con cuadros gozan de mis simpatías.
Estos son los tróglodas que me hacen víctima de su misoginia diaria. Los amo.
Iván, Gabriel, Rodrigo y Mike.
La comida fue un momento muy provechoso, creo yo. Pudimos ventilar algunas de nuestras incomodidades. A Gabo le gusta se rudo físicamente en sus caricias, pero no es muy abrazador, entonces le da por hacer masajes toscos. A Mike le gusta que lo traten suavemente. Así que de pronto hay choques de interés y carácter. A mí en cambio los masatosques que me da me gustan. Extraño mucho a mis hijos cayéndome encima, así que compensa un poco. Iván es súper cariñoso, muy joven, expresivo, emotivo, pero sobretodo muy imprudente (cosa de la edad) y bueno a veces desespera a Gabo que es muy grinch.
Gabo es en sí un grinch, un señor gruñón que se la pasa todo el día como Calamardo murmurando entre dientes y gruñendo por la vida. Pero es muy divertido. Mike es una diva mamona, pero muy dulce e inteligente, entonces es muy divertido escucharlos discutir a los tres todo el día. Yo gozo. Rodrigo es el serio del grupo y suele ser muy acertivo en sus intervenciones, no dice ni más ni menos de lo que se necesita, así que cuando hay que bromear bromea y cuando hay que ser serio lo es.
Iván, el overol amarillo, Mike y Rodrigo.
En la comida hablábamos de sexo (como casi todo el tiempo, yo creo que porque es nuestro tema en común) y bueno, pues ya, fue la gota que derramó el vaso porque Mike que es más como de teoría Queer estaba harto de las etiquetas y que las conversaciones girasen todo el tiempo en torno a eso. Yo pues, un poco en broma, pero más bien en serio, noté que su cuerpo se había puesto rígido y su cara roja roja y lo enfatizé y pregunté cuál era la molestia y qué proponía para cambiarlo. Nos compartió su interés por abordar otros aspectos de nuestras vidas en la conversación y bueno, creo que fue un gran paso hacia el entendimiento.
Este adorable monstruo se llama Gabriel.
Una de las más grandes ganancias de esta experiencia es el ejercicio de tolerancia, respeto e integración que necesitamos hacer para entendernos y llevarnos bien. No necesitamos estar de acuerdo todo el tiempo, ni pensar igual, ni siquiera querernos, pero al menos trabajar juntos nos permitirá estar mejor.
Yo también les compartí que no me parece que de pronto sean tan misóginos en algunos comentarios y sin embargo soy paciente no le he caído a la yugular a nadie, ni pienso hacerlo. Estoy lo más moderada posible. Al grado que me gané de Gabo el título de “feminsta de pose” no lo va a twitear para no bajarse el rating, jajaja pero yo que no soy envidiosa no me importa subirle su rating hablando de él y posteando los links a sus videos.
Justo antes de llegar al hotel vimos esta tortugota
de 9 años, dicen que son muy comunes en Louiseville.
Recorrimos un tramo del río y luego gran parte de la calle cuarta que está llena de restaurantes. Caminamos hasta decir basta y cansarnos mucho. En el regreso, Rodrigo y yo veníamos casi que arrastrando los pies. Los otros se nos adelantaron mucho, pero ahí los íbamos siguiendo. Iván y Mike en pleno desplegado activista-exhibicionista iban de la manita alterando a los jóvenes que vienen de visita a la ciudad por un congreso cristiano.
De vuelta en el hotel, quedamos de vernos en la habitación de Mike a las 9 pm para tomarnos una chela y platicar de otra cosa qque no fuera sexo. Sin embrago, yo apenas toqué la cama (era las 7:45pm) y quedé muerta. No volví a saber de mí hasta las 2:12 de la madrugada que me desperté, vi el reloj y doje: “creo que ya no le caí”. Apagué la luza y la tele. Me quité el overol amarillo, puse el despertador a las 6am y me volví a dormir.




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