jueves, noviembre 04, 2010

Tradiciones, tradiciones

Cuando Ana y yo hablamos de crianza, hablamos también de qué celebraciones tendríamos y fomentaríamos en nuestros hijos. Yo, cabe destacar, soy mexicana mexicana mexicanísima, aunque no se note mucho. Y es muy curioso que la principal preocupación de Santiago en los últimos meses ha girado en torno a si él es "meshicano" y si vivir en Monterrey lo hace menos "meshicano" y por qué si el nació en "meschico" le decimos que es nicolaíta. La verdad de las cosas, no me he atrevido a partirle el corazón diciéndole que sus sospechas son ciertas: vivir en Monterrey lo hace menos "meschicano".
Como les decía, cuando Ana y yo hablamos de las tradiciones, tuvimos un punto sumamente áspero en el momento en que en el listado de fiestas venía incluido el Halloween. Sí, con disfraz y todo. Con disfraz y salida ritual de pedir dulces a las casas. A mí casi me da el supiritaco porque mi padre, revolucionario hasta los huesos y anti yanqui de los de antes nos educó sin esas raras costumbres y toda aquella palabra calco del inglés la hispanizaba de una manera contundente: Yo no tenía shorts, tenía pantalón corto; no tenía clóset, tenía ropería (Ana siempre ha dicho que esa traducción no es muy afortunada); yo no decía "ok", decía "está bien". Y desde luego, en casa no se festejaba el Halloween, por el contrario, se apagaban las luces y se fingía que no había nadie para evitar a los latosos vecinitos que sí adoptaban esta costumbre atribuída a los Estados Unidos.
El punto es que mis hijos aman el Halloween y se divierten decorando con "cosas tenebrosas" y disfrazándose. Y dentro de mí muere mi mexicanita aferrada a sus tradiciones.
Este año, sin embargo, nos ganaron las prisas y nuestro presupuesto era bastante limitado. Así que nuevamente, ahí tienen a la Mami Ana improvisando:


Santiago

Diego


Recuerdo



Botín
Desde luego, esa pequeña mexicana que habita en mí y se aferra a nuestro culto a la muerte, insiste en exigir actividades acorde a la celebración del DÍA DE MUERTOS. Así que llevé a mis hijos a ver un altar de muertos y medio les explicamos de qué se trata. Obviamente, también compramos pan de muerto el cual comimos con singular alegría. El próximo año espero poder llevarlos al panteón, aunque Ana se debata si no es muy pronto para sumergirlos en esta cultura. No sé, no me parece ni más ni menos terrorífico que el Halloween, pero creo que ellos tienen que celebrar también las fiestas mexicanas y crearse el mismo trauma nacional que tenemos todos.

Altar de muertos

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