miércoles, noviembre 03, 2010

Crónicas rastafaris

¿Por qué lo hice? No sé. ¿Por qué pensé que era una buena idea? Tampoco lo sé. El punto es que me inicié en estas cuestiones de hacerme rastas. Primero, fui a averiguar cuánto costaba en un lugar hippie del metro Fundadores y cuando nos dieron el presupuesto Ana pensó que lo mejor sería buscar un tutorial en youtube y hacérmelas ella misma.
Su metodología consiste en hacerme trencitas y después desbaratarme la trenza para hacerme la rasta. Llevamos apenas tres y yo en verdad ya me arrepentí de todos mis pecados y creo que mi mujer en verdad está disfrutando el jaloneo de pelo diario. Es una extraña terapia de pareja en la que como no queriendo puede imaginar la cosa más mala onda que le haya hecho y me da un jalón... yo, cabe destacar SUFRO.
El asunto de tener rastas realmente me ha hecho pensar que ya no soy tan epicureísta como creía y que me voy acercando más al hedonismo ecléctico de mi esposa, porque definitivamente lo único que queda de mi religión es lo guadalupana, porque las tres rastas que me han hecho me han dolido igual de gacho que irme de rodillas a la Basílica.
Esta es la historia gráfica:


Así era yo hasta hace unos días.

Así era yo, toda inocente, con mis trenzas.

Y así empezó el suplicio.

Cabe destacar que estoy apunto de decir BASTA y abortar tan extraña misión, pero mi mujer cual general del ejército me chicotea utilizando un lenguaje propio de coach de futbol americano: No seas llorona, Criseida. Ahora terminas con lo que empezaste. Ese es tu problema, no quieres que nada te duela y todo sea facilito.
Yo le digo que no, sino que en el proceso me veo francamente despeinada y que tengo una conferencia la otra semana y que, no es que me duela tanto, pero estoy considerando con bastante seriedad la opción de ir con el pelo relamido de gel y con disfraz de mujer formal.
PATRAÑAS!!!, me contesta y sigue jaloneándome el pelo con un sadismo que no le conocía y que ya me empieza a preocupar.
Esta historia y esta histeria continuará.

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