miércoles, octubre 20, 2010

El asquito

Como ustedes bien saben, el gobernador de Jalisco hizo un desafortunado comentario en días pasados sobre que le daba "asquito" el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pues bien, el tema ha dado de qué hablar y he aquí un interesante artículo de Jesús Silva-Herzog aparecido el pasado 18 de octubre en el periódico EL NORTE.

El asquito
Jesús Silva-Herzog Márquez
18 Oct. 10

El castigo es el peor atajo frente a la expresión ofensiva. El recurso más fácil frente a la agresión verbal, la burla hiriente es recurrir al castigo. Darle una nalgada al insolente. Acudir a papá para que regañe al niño, a la maestra para que expulse al malportado, al Estado para que castigue al irrespetuoso. A eso estamos tentados ahora que tenemos una ley que castiga la ofensa de palabras y órganos de la decencia que regulan el qué decir. Este atajo, como muchos otros, es falso: aparenta alivio pero deja las cosas en su sitio. Vedar palabras no mejora la convivencia: cambia de tema. Me parece que la ofensa es consustancial a la libertad y que el debate es, inevitablemente, rasposo. Más aún, creo, con Ayaan Hirsi Ali, que la libertad implica el derecho a ofender. Por eso, al Gobernador de Jalisco no hay que castigarlo: hay que discutir con él. No hay que pedirle una disculpa, hay que exigirle razones.

Me temo que no las tiene porque ha recurrido a los reflejos sensoriales para fundamentar sus convicciones. El comentario del Gobernador panista es una perla que no debe perderse en los expedientes de nuestro Instituto de la Corrección Política. Don Emilio González Márquez ha declarado que las uniones homosexuales le dan "asquito". "Matrimonio sí es un hombre y una mujer, porque, ¿qué quieren? Uno es a la antigüita y el otro todavía, como dicen, no le he perdido el asquito a aquello". Al pintoresco gobernante, la homosexualidad provoca una reacción que seguramente le causa la cercanía de la caca, la pus, los mocos, algunos insectos peludos, la comida podrida, la basura maloliente. Entidades repugnantes. En ese universo coloca a los homosexuales: en el sitio de las secreciones corporales, las emanaciones pestilentes y los cuerpos en proceso de descomposición.

Fundar una convicción en el asco es un monstruoso retroceso moral. Es abdicar de la racionalidad para fundar el criterio del bien y del mal; es llevar el desprecio al otro a su expresión más baja, más inhumana, más bestial. Es, en una palabra, la más anticristiana de las actitudes: expulsar a una categoría de personas de la familia de lo humano. La falta de respeto a la vida del otro llega al punto de desposeer, en la imaginación, de cualquier atributo humano para convertirlo en esa sustancia viscosa, hedionda y amenazante que provoca asco.

Martha Nussbaum ha publicado recientemente un libro sobre este tema. "From Disgust to Humanity" (Oxford University Press, 2010). Para la filósofa, tan atenta al mensaje de la emoción y la metáfora, la política del asco es el polo opuesto a la política de la humanidad -de ahí el título de su trabajo. Describir al otro como asqueroso ha sido un recurso común de la intolerancia y, frecuentemente, el prólogo de la persecución. Hay que protegerse del extraño, nos dicen. Hay que taparse la nariz para entrar en contacto con la otra tribu, hay que usar guantes si no hay más remedio que tocar al de la otra raza; hay que tapar a la mujer, hay que encerrarla para que no muestre su indecencia. De preferencia, hay que evitar cualquier contacto físico con los otros porque los repugnantes son contagiosos. No hay que usar los mismos cubiertos, tocarles la mano, respirar su aire. Son orgánicamente inferiores, huelen mal, son insalubres, sucios... y nos pueden invadir. El asco se fundamenta en una doble fantasía: la extrema suciedad del otro y la pureza propia. El otro es una cucaracha, la lepra, un gusano. Yo soy una nube angelical. Los nazis no ahorraron calificativos para describir a los judíos en términos repulsivos: larvas escondidas en un cuerpo que se pudre. El discurso del asco, en efecto, sueña con la profilaxis de lo aséptico, es decir, la perfecta higiene del prejuicio.

El asco, sostiene Nussbaum, no es una sabiduría precognitiva. No es el depósito instintivo de la moral. Es el prejuicio más vulgar, la intolerancia más pedestre, la más afectada inseguridad. Es el pozo donde se acumulan las preconcepciones sociales más estancadas, esas que no han recibido el aire de la discusión, la sacudida del debate, la exigencia del argumento. El desprecio reiterado socialmente y bendecido por las costumbres no se molesta en delinear una razón: su estómago dicta y pronuncia la descripción del otro: guácala. Protección irracional de jerarquías y tradiciones frente a lo supuestamente contaminante. Recurrir al asco para describir al otro, como lo hace el locuaz gobernante de Jalisco, es renunciar a la empatía de la que nace el impulso de la igualdad. Si al gobernante le produzco asco, ¿tiene derecho de quitarme mis derechos? ¿Tiene permiso para tratarme como si fuera una larva infecciosa?

Nota: la semana pasada atribuí indebidamente una expresión al politólogo brasileño Octavio Amorim Neto. La idea de que Brasil tiene un patrón de gobernabilidad semejante al de las democracias multipartidistas estables es, en realidad, de Argelina Figueiredo y Fernando Limongi.


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