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lunes, junio 12, 2006
El mundo exclusivo de la mamá
¿Qué de extraordinario tiene que un par de bebés tenga dos mamás? Hasta la fecha, conozco muchísimos casos de un par de mujeres criando a uno o dos o tres niños, sin embargo, cierto sesgo nos impide apreciar esta tarea con todos sus matices. ¿Quién no ha visto el caso de una madre soltera que por algún azar del destino decide vivir con su madre, educando a su hijo con los valores y bajo las reglas de la abuela? Sin embargo, en el Día de Madres y para efectos legales, el niño únicamente tiene como madre a una sola mujer, cuando en realidad, en el día a día, tanto la madre como la abuela, toman decisiones en cuanto a la crianza, bienestar y educación del niño.
Es por eso que pienso que no hay universo más exclusivo que el de las madres.
Bueno, una no espera que la maternidad sea un impulso altruista y filantrópico; cuando una madre decide embarazarse al único que cede su tiempo, cuerpo, espacio y alma es al chicharito que está en la panza. Al resto de los mortales se nos excluye cual peligrosos mamíferos en pos de una presa humana y cagona. Pienso que tal vez es parte del instinto, pero luego pienso que también es un poco injusto.
Yo soy la madre biológica del par de bebés que Ana empolla en su panza. Si hay que hablar de una maternidad por opción, en todo caso, Ana es la madre que decidió ser madre de dos niños ajenos. Pero el mundo entero no es capaz de internalizarlo, y para muestra, un caso por demás cercano: mis padres no consideran a mis hijos como sus nietos, sino como los hijos de la mujer con la cual comparto, entre otras cosas, la casa. ¿Por qué sucede esto? Porque no pueden ver cómo crece mi vientre, ni pueden preguntarme si ya siento que se mueven, ni nada por el estilo. Pocas personas me tratan como si tuviera vela en el entierro. Salvo el ginecólogo, que sabe la historia mejor que nosotras mismas, y la terapeuta, con la que platicamos antes de tomar la decisión, la mayoría de las personas creen que Ana es la única madre. Si hay que hablar de una maternidad por opción, en todo caso, Ana es la madre que decidió ser madre de dos niños ajenos. Pero el mundo entero no es capaz de internalizarlo, y para muestra, un caso por demás cercano: mis padres no consideran a mis hijos como sus nietos, sino como los hijos de la mujer con la cual comparto, entre otras cosas, la casa. ¿Por qué sucede esto? Porque no pueden ver cómo crece mi vientre, ni pueden preguntarme si ya siento que se mueven, ni nada por el estilo. Pocas personas me tratan como si tuviera vela en el entierro. Salvo el ginecólogo, que sabe la historia mejor que nosotras mismas, y la terapeuta, con la que platicamos antes de tomar la decisión, la mayoría de las personas creen que Ana es la única madre. Por ejemplo, en el curso de yoga prenatal al que asiste Ana, ninguna de las compañeras ha tomado mi punto de vista como válido, porque yo no soy mamá. Por supuesto que si pregunto algo o me muestro interesada en tips, se toman la molestia de decirme, aclararme o contestar todas mis dudas, pero el comadreo, la verdadera empatía y a quien manifiestan total simpatía es a Ana, porque muchas veces es difícil pensar en mí como madre y no como padre. Las antiguas compañeras de trabajo, suelen invitarla a tomar un café para actualizarse en chismes y demás, y lo chistoso del caso es que esperan que si el esposo de una de ellas no va, se dé por entendido que la invitación es exclusiva para mujeres, pero OH, sucede que soy mujer, la marida y esposa de Ana que no se aburrirá ni sonrojará con la cantidad de estupideces por minuto que se dicen en las ya mencionadas saliditas. Y tampoco hay razón para pensar que no entiendo qué se siente ir al baño y no poderse sentar porque está puerquísimo, o que no sé cómo es un cólico o un apetito insaciable en los días previos a la menstruación, o lo chocante que es un chiflido o silbido de un albañil, etc.
Una, como “la otra madre” o “co- mamá” o “mamá” de un niño gestándose en el útero de otra mujer, no espera, obviamente, que le cedan el asiento, ni que le acerquen una silla para tumbarse, ni nada por el estilo. No. Una espera poder opinar en todo, involucrarse y que compartan contigo cualquier experiencia acerca del menesteroso asunto de ser madre. Después de todo, una también lo es, aunque con menos cambios hormonales, achaques y estrías.
Dicen que educar niños es más delicado que educar niñas. En parte sí, es más frecuente que contraigan infecciones y enfermedades cuando están bebecitos. También dicen que va a ser una chinga y posiblemente lo sea, pero en definitiva, en el caso de dos madres ayudando a uno o dos o catorce niños a crecer, los caminos son tantos y variados:
1) Yo, como madre no-paridora, no exigiré que me laven, planchen, cocinen y atiendan a penas pase la cuarentena.
2) La fisionomía femenina permite que yo amamante luego del cuarto día de nacimiento, proporcionándoles a los bebés la misma calidad en nutrientes que la madre paridora.
3) Puedo cambiarles el pañal cada que sea necesario, porque no hay nada en mi construcción de género que me impida tomar un rol rabiosamente maternal.
4) Cualquier malestar femenino o cambio de humor por variación hormonal puedo entenderlo; aunque las mujeres no nos entendamos a la perfección, podemos imaginar ciertos detalles respecto a cólicos, dolores, etc.
Pensando en todo esto, yo me pregunto constantemente por qué no puedo ser considerada una madre y por qué es tan difícil imaginar que, si bien son dos niños, también hay dos madres.
El sobrino de Ana es educado y cuidado por su abuela y la nana. Ambas lo llevan al kinder, al dispensiario si se siente mal, le dan su medicina, juegan con él, le dan de comer, le dicen qué puede hacer y qué no, durante la mayor parte del día. Pero a las ocho y media de la noche que llega su padre y su madre, ambas figuras desaparecen para dar paso a la madre biológica quien finalmente decidirá por el niño. La abuela se consuela fácil y rápido porque hay un lazo consanguíneo que ni el papá ni la mamá pensarían en eliminar, pero el caso de la nana es más dramático, porque sólo le toca cuidarlo y quererlo desde lejos, porque para eso se le paga y para eso se le enseña al niño que no es más que una simple nana en la cual no puede depositar tantos afectos. En la práctica, el sobrino de Ana es educado por dos mamás, pero en la teoría, vienen los papás y sin empacho alguno exigen cariño y respeto; el niño entiende entonces que los progenitores son ese par de extraños que llegan todas las noches y lo bañan y lo regañan de todas las travesuras del día.
Por otro lado, mi primo fue criado por mi tía y mi abuela. Ambas lo mimaron y consintieron. Mi primo se refería a mi abuela como “mamá”, porque oía que su madre y tíos se referían a ella de este modo. Con el paso del tiempo, le explicaron que mi tía lo había llevado en su vientre y había pagado cada uno de sus gastos, que a la persona que hacía eso se le denominaba “madre”, pero él sentía un lazo muy fuerte con su abuela, así que optó por seguirle diciendo “mamá” a nuestra abuela y “mami” a mi tía.
Pienso que esto no es nada del otro mundo. Millones y millones de nosotros hemos sido educados por dos o más mujeres, sólo que no se nos ha permitido llamarles mamá a todas.
En fin, que puedo darme cuenta desde ahora de la tarea difícil que será obtener el respeto como la OTRA madre de mis hijos. También me doy cuenta de lo duro que será explicarles que aunque social y legalmente no hay espacio para una mamá "extra", yo desempeñaré ese rol en sus vidas. Después de todo, nunca hay demasiadas madres en la vida de un niño. Y no, no siempre madre sólo hay una.
Etiquetas:
cuestiones de género,
invisibilidad,
madres lesbianas
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