Día 15.-
Sábado
Pues sí, como era de esperarse, me vi en la necesidad otra
vez de madrugar para que me diera tiempo de terminar la maleta. Me sorprende de
mí misma que no he estado tan disciplinada como me hubiera gustado. En todas
las ciudades me ha pasado que siento que no me alcanza el tiempo para
visitarlas y conocerlas. Y me robo el tiempo que debería dedicar a “trabajar”
para estar el mayor tiempo posible afuera.
Con la desvelada del viernes no me fue fácil despertar.
Caminamos mucho para llegar al lugar de desfile coronación. De pronto no
estábamos seguros de que fuera o no el lugar indicado, ya que se veía medio feo
y enfrente estaban lo que pensamos que eran trabajadores sexuales. Justo afuera
había tres chicos fumando mota en la calle y literalmente nos paniqueamos. Pero
resultó que sí era, y adentro el ambiente era otra cosa: una fiesta con mucha
gente que se conocía y la vibra nos indicaba que disfrutaban mucho de su
compañía. El ambiente se sentía seguro y divertido, así que no dudamos en
quedarnos horas y horas y ho… hasta que llegó una señora con rastas a sentarse
enfrente de Mike y de mí. ¡Oh, cielos! ¡Qué cosa, qué horror, qué peste!
Sentimos que el aire se nos fue. Al principio yo veía que Mike se movía
incómodo en su silla y se reclinaba hacia atrás. Yo no quería ser la
aguafiestas que nos sacara de ahí, así que saqué un chicle de esos
mentoladísimos que no te dejan oler otra cosa más que a sí mismos. Pero pasado
un rato ya era intolerable y decidimos que lo mejor sería marcharnos. Resultó
que el hombre de la Fairness Campaign que habíamos conocido el jueves se iba ya
también, así que muy amablemente se decidió por darnos un ride al hotel. Iván
como que no quería guardarse a dormir, pero ya era lo justo y necesario.
Total, que en la mañana la levanta no fue fácil, pero era
cuestión de disciplina. Tan veloz como me fue posible, cumplí con el ritual de
higiene correspondiente, me vestí, arreglé e hice la maleta. Tanta mi prisa,
que ya ni si quiera estuve segura de qué metí dónde ni nada. Sólo me aseguré de
dejar a la mano las postales que habría de despachar en el aeropuerto.
Abajo en el lobby encontré a todos llenando tarjetas de
agradecimiento para la gente que conocimos en Kentucky. Me molestó muchísismo
que Sara y Sylvia comenzaran a apurarnos al grado de arrebatarnos las tarjetas.
Me parece que es una descortesía tremenda tanta apurada. No tolero que me anden
arreando como vaca o peor, oveja (menos cuando luego en el aeropuerto SOBRA
tiempo para esperar).
Una vez hecho el check in del avión y dejadas ya las maletas
(que una de las mías está ya en el límite de lo decente), nos dispusimos al
abordaje. Yo, por supuesto, me le separé al grupo. Me fui a llenar mis postales
y mandarlas con paz mental. Necesitaba recuperar mi punto zen y dejar de lado
el terrible mal humor que agarré con las intérpretes esa mañana. Pasado lo cual
me senté a comer con tranquilidad mi pollo Kentucky en una silla (sí, claro me
había sobrado mucho del día anterior y la ñora no lo iba a tirar a labasura con
tanta hambruna en el mundo).
Encontré esa chispa divina que me hace seguir amando a la
humanidad y procedí a que me revisaran y todo eso que se hace para perder la
dignidad humana en los aeropuertos. Había dos filas: una para “viajeros
expertos” y otra para “primeras veces”. En la de viajeros expertos se supone
que van los viajeros frecuentes que ya saben cómo está la onda de quitarte los
zapatos, sacar la lap de la mochila, agarrar 5 cajas de plástico y echar en
cada una cada cosa, etc. Yo por babosa, aunque ya me lo sé de memoria me fui
por la otra. O sea, soy experta en viajes, no en ése aeropuerto en particular.
Ironías de la vida.
Llegué a una sala de espera donde ya se desgarraban las
vestiduras entre sí mis compañeros. Decidieron (para variar) hablar de política
y esas cosas en las que ni aunque hayan votado por el mismo gañán están de
acuerdo. Otro que no diré nombres por guardar su identidad, prefirió alejarse
del grupo, audífonos en su sitio para darse el tiempo y el espacio de
ignorarnos, bendito él. Las intérpretes hicieron lo mismo, y se los agradezco
mucho porque no andaba yo amistosa con ellas.
El viaje lo realizamos en un micro avión que parecía de
juguete, además que iba muy vació. A Mike le había tocado conmigo, pero
prefirió moverse a otra fila cuando vio que había asientos solos atrás. Lo tomo
como que no le gustaron mis rastas, jajaja.
Llegando a Chicago (a donde sólo pasamos 40 minutos, en
tránsito), todo mundo decidió comer y la nota me parece relevante sólo porque
Iván se compró un hot-dog estilo Chicago, lo cual consta del pan y la salchicha
con pepino fresco en rodajas gruesas, “ji”tomamte fresco en rodajas gruesas,
sal, pimienta, mostaza y cátsup, un pepinillote sin rebanar y varias guindillas
(que para quien no sepa son como unos chilitos verdes en salmuera como del
tamaño de medio jalapeño, de piel correosa y amrga, pero que pican leve y dan
un sabor muy intenso a la comida). La verdad que me dieron ganas de copiarme la
receta para dársela al experto en hot-dogs que tengo en la casa: Santiago.
De aquí son los Cheerios. |
Llegamos a una hora decente a Minneapolis, como a medio día.
A las dos ya estábamos en el hotel pagando y distribuyendo nuestros bienes en
las habitaciones. Quedamos Liz, Gabo, Rodrigo y yo de salir a las 3 pm al Mall
of America. Nos reunimos a esa hora y caminamos hacia la parada del travía del
Nicollette Park. Muy bonita ciudad, tiene unos caminos muy chidos. La verdad es
la ciudad de las que llevamos visitadas que más me ha gustado. Yo aquí sí
volvería, no sé a qué, ni cuando, pero yo definitivamente volvería. Es hermosa. Tienen un sistema que se llama "skywalk" que son como puenetes peatonales que van interconectando los edificios como en un laberinto por todo el "downtown". La cosas es que nunca sales a la calle si no lo necesitas, no te atropellan los carros, estás protegido del clima y te diviertes como ratón buscando su queso.
Compramos un pase de tren de seis horas, y ya que nos
trepamos, resulta que en realidad es una cosa como de confianza porque no hay un
solo checador. Parece que la cosa es como rándom, y si te encuentran que no
traes boleto te ponen una multa de $150 dólares. Así pues, por si las dudas,
una que sí es ordenada mejor compra boletito, que además no es taaaan caro. Son
como 50 minutos de camino a Bloomington que es donde está el mall más grande de
todo USA. Un templo al capitalismo, mercantilismo, neoliberalismo: a las
compras. Nos pusimos de acuerdo para regresarnos como a las 9 pm, antes de que
expirara el boleto de regreso y la mayor parte estuvimos juntos hasta que
Gabriel se perdió. Los demás exploramos únicamente el primer piso de cuatro
porque no nos dio tiempo de más.
El lugar es enooorme, hasta tiene un parque de diversiones
de Nickelodeon con montaña rusa adentro, justo en el centro del mall, y hay un
acuario en el sótano. Es un lugar sorprendente.
Volvimos cansados de frustrar a que Gabriel nos alcanzara.
Como a las 10 yaestábamos en nuestras habitaciones. Era sábado y ya estábamos
cansadísimos. Entonces me llamó Gabriel a la habitación y me propuso salir a un
bar gay que está como a dos cuadras. Teníamos mucha hambre yen el lugar gay no
había comida, así que optamos por ir a cenar dos cuadras más allá. Al final, el
sueños nos ganó a Rodrigo y a mí, Iván estaba enfermo, como es su costumbre y
volvimos más o menos temprano al hotel. Creo que le aguamos sus planes de “part-party”
a Gabo. Pero como quiera estuvo muy linda la paseada.
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