Nunca te vayas sin decir te quiero...

En algunas horas parto jubilosa a la tierra del cabrito, a mi tierra linda y sultana y que lleva por nombre, sí señor, ciudad de Monterrey.

Tengo ganas de abrazar a mis tiagos, tengo ganas de abrazar a Ana, de abrazar a los amigos, porque de pronto acá hacen falta tantos abrazos. Cuando mis roomates se fueron (el viernes pasado) pensé que sería buena idea hacerme de una mascota y entonces recordé a Kiriceo Rafael, y recordé que cuando me fui a vivir con Ana ella vivía con EL PERRO, o sea, con la ya difunta Clotilda María Chocolá. Y aunque por definición me caía mal, recuerdo que a la semana de haber llegado al DF me pegó el gripón aquél del cual aún tengo secuelas. Y recuerdo que Ana tenía una fiesta en el garage y yo me tuve que subir y que Cloti se echó a mis pies para cuidarme. Y aunque yo no quería al Perro, el Perro sabía que cuando Ana se iba de viaje iba a recurrir a él por aquello de los abrazos diarios que una necesita. El punto es que en eso estaba pensando y en el pinche gorro que le puse a Ana porque yo quería un gato, MI gato, y fuimos a adoptar a Mercutio Timoteo. Y después de tanto recuerdo y de haber conocido a uno que otro perro, me dio por pensar que tal vez necesitaba la compañía de uno y estaba yo casi por completo convencida HASTA que leí la ESPANTOSA noticia que tuvo a bien postear mi mujer.
Un perro, eh? Con la falta que hacen en casa!!!!! Y con lo que me encanta que sean inquilinos del baño azul que habíamos quedado que no era mi baño pero el que de todos modos está en NUESTROS aposentos. Y claro, y qué voz y qué voto tengo si nada más estaré por unos cuantos días y me devuelvo. Total, que eso bastó para que yo volviera a la normalidad y dejé por la paz la peregrinísima idea de tener una mascota.
Ahora me preparo mentalmente para no caer en una crisis nerviosa...
Aunque, qué sería de mi vida sin esa pimientilla...