lunes, enero 15, 2007

Ser mamá ha sido desde hace mucho tiempo obligación de toda mujer que se precie de serlo. Es la meta última, es la cima, es la realización y trascendencia de las mujeres. Es, en la inmensa mayoría de los casos, el paso siguiente en el matrimonio y la finalidad en la copulación humana. Se habla de maternidad como si a las mujeres se les diera, por el solo hecho de ser mujeres, eso de tener y criar hijos.

Siempre he defendido el derecho de la mujer a no casarse y seguir su vida profesional y de casarse y hacer de su vida un papalote y no dejar que la maternidad sea un ancla para sus aspiraciones. Siempre he sido ferviente defensora de la emancipación de la mujer, de ser un desafío para los estándares que la sociedad impone a hombres y a mujeres, pero más a los de las mujeres. Y yo, cuando contemplé como posibilidad firmar un contrato nupcial buga, me cansé de jurar que cuando tuviera hijos los iba a meter a una guardería y yo iba a continuar con mi vida laboral tan feliz y campante. Y bueno, que lo sigo defendiendo, pero también defiendo el derecho que tiene tanto el padre como la madre, como las dos mamis a decidir quedarse en casa y no perderse ni un segundo la vida de sus hijos.

Ana y yo trabajamos juntas en un proyecto de maternidad. Decidimos navegar estas aguas y, pese a que la suerte nos ha jugado algunas bromas pesadas, ha resultado una experiencia muy positiva. Es cierto que debo estar preocupada por las finanzas y que los reveses económicos personales y los de este muy querido país no están para darse el lujo de andar en la pendeja, y como bien sabrán, la desorganización tremenda de TEC MILENIO (o discriminación, a saber) nos cambiaron por completo los planes. Debo morirme de la mortificación, pero al mismo tiempo, algo en mi conciencia me mandó la señal de felicidad: sin trabajo de oficina de ocho horas, tengo la oportunidad de pasar más tiempo con los niños y con Ana. Es por eso que cuando un amigo me propuso "hacer sus vueltas", no lo pensé dos veces y nos trepamos los cuatro al coche. Andamos en carro sardina todo el día. Ana maneja y yo cuido a los niños y me bajo a entregar facturas y cobrar cheques. A veces yo manejo, pero no mucho.

El papá de Ana puso el grito en el cielo. No es posible que dos mujeres como Ana y yo andemos en un trabajo de poca monta, sobre todo por la escandalosa cuenta que se pagó para nuestra universidad. Yo le di la razón. Claro que no, claro que no es justo andar juntando cuatro pesos para la fórmula de los niños y no, no es justo no recuperar la inversión hecha en nuestros estudios. Pero tampoco es justo trabajar mil horas y regresar a casa para ver unos minutos a la familia y que para colmo de males la transacción, el haberse ido todo el día sea por un sueldo bastante modesto.

Vivimos tiempos demasiado extraños. Y cada vez la economía nos empuja hacia arriba o hacia abajo. Esto que nos está pasando me sirve para sentarme a reflexionar en las posibilidades del ser humano ante retos como éste. Me sirve, también, para pasar más tiempo con Ana y con Diego y Santiago.

Ya les contaremos mañana cómo es un día normal dentro del cochesardina.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena!!!! mucho cuidado al manejar ;)

Los bebés se ven más hermosos que nunca.. finalmente pude ver las arruguitas en la frente de Shanty!!!!

Un gran abrazo, abríguense bien
Héctor

Anónimo dijo...

Qué cosa más linda de pequeñuelos!!!! Enhorabuena, y para adelante. Un saludo!

Anónimo dijo...

“Échenle” muchas ganas, la vida les va a sonreír pronto, pues forman una bonita familia.

Anónimo dijo...

VA A SER NIÑA!