viernes, diciembre 08, 2006

La Madre

He aquí nuestro artículo del viernes.

Publicado en la Revista Actualidad Psicológica – Agosto de 2003- Año XXVIII- Nº 311

La Madre
Maternidad lesbiana (*)
Por Isabel Monzón (1)

Nicolás tiene 4 años. La madre lo estaba retando. Cansado, Nicolás, poniendo sus manitos en la cintura, le dice: ¿Por qué viniste a este mundo que es el mío?
Domingo 21 de julio de 2002, Revista Viva del Diario Clarín.

Guárdame madre
como guardan las viejas
culebras en su boca
a las pequeñitas
cuando están en peligro,
pero no te confundas
no quiero ser tu alimento.
Estela Sagredo. Las letras del sueño. Editorial Nusud.


Introducción
Aunque todas las mujeres nacemos, en principio, con la capacidad de engendrar, tomar la decisión de ser madre o dejarse llevar por un mandato a serlo, provoca tensión. Asimismo, referirse a la maternidad es complejo y mucho más si se trata de la lesbiana. También es conflictiva como experiencia porque, de una forma u otra, cada mujer que engendra y decide parir, impone- recalco esa palabra- la vida a quien trae a este mundo. Y, desde ese momento, es responsable de ese nuevo y pequeño ser humano. No me refiero a madres adolescentes ni a mujeres que, tengan la edad que tengan, quedan embarazadas como consecuencia de una violación o a aquellas que no tienen recursos para evitar embarazos o interrumpirlos y a las, por variadas razones, no se atreven a hacerlo. Me refiero, en este caso y exclusivamente, a aquellas madres que toman la decsión de engendrar o adoptar a niños que otras mujeres han parido. Me refiero, en este caso y exclusivamente, a aquellas madres que toman la decisión de engendrar o adoptar a niños que otras mujeres parieron.
La maternidad es un hecho tan complejo que, en realidad, lo que existen son maternidades en sus variadas formas, siendo las madres seres diferentes que construyen, cada una de ellas y de variadas maneras, relaciones con hijas o hijos, quienes también poseen sus propias subjetividades.

Familia lesbiana y teoría psicoanalítica
A pesar de que la familia lesbiana es una realidad, en nuestro país esa forma de configuración vincular aparece invisibilizada y sin nombre. Lo que no se nombra no existe o, lo que es lo mismo, al no nombrarlo lo que existe se desmiente. Esta desmentida social se acompaña con otra de carácter científico, en este caso la psicoanalítica, desmentida que provoca, como una de sus consecuencias, que no exista una teorización que dé cuenta de los avatares de las familias formadas por lesbianas y gays. Los profesionales e instituciones especializados en terapia familiar psicoanalítica no reciben derivaciones ni demanda de tratamiento. En muy contadas ocasiones, surge la posibilidad de atender en terapia de pareja a personas que están vinculadas emocionalmente con otra persona del mismo sexo.
Entonces, teorizar desde el punto de vista psicoanalítico, acerca de la familia lesbiana argentina no es tarea fácil. La falta de antecedentes bibliográficos, (2) la existencia de postulados teóricos no revisados a la luz de la clínica, sumado a que nuestra sociedad toda pertenece a un Tercer Mundo que padece una grave crisis económica y un poder hegemónico de una Iglesia Católica que influye fuertemente sobre nuestros gobernantes y nuestra legislación, hacen de nuestro tema un objeto de estudio casi utópico.
Por otra parte, en las concepciones teóricas que sustentan la práctica de la terapia familiar en general no se incluye la tan necesaria perspectiva de género, salvo cuando las que la implementan son feministas.
Para lograr, con una mirada psicoanalítica, pensar y teorizar sobre la madre lesbiana, me he visto forzada a contradecir teorías ideologizadas insertas en el psicoanálisis desde sus orígenes y que, en nuestro país, no han sido hasta nuestros días revisadas. Es imprescindible recordar que, aunque ya estamos transitando un nuevo siglo, muchos psicoanalistas continúan considerando al lesbianismo como una perversión o, por lo menos, como un trastorno del desarrollo. Prueba de esto es, además, que nadie que se declare homosexual será admitido en las instituciones psicoanalíticas para su formación en esa disciplina.
Aunque en la medida de lo posible trato de evitar el uso del término "homosexualidad", en tanto fue creado con relación a la psicopatología, a veces me veo forzada a hacerlo por razones prácticas, haciendo la previa aclaración de que me refiero al amor y erotismo entre personas del mismo sexo. Mas, en general prefiero utilizar la palabra lesbianismo y, en el caso de los varones, gays, tomando los términos que ellas y ellos mismos eligen muchas veces para autodenominarse. En consecuencia, le daré a la homosexualidad un significado no patológico, considerándola simplemente una orientación sexual distinta de la heterosexual.
Por otra parte, mis reflexiones se centran en una breve muestra: la de las mujeres que se presentan en mi consultorio para consultar por temas diversos: problemas familiares, laborales, síntomas psicosomáticos, stress, depresión, conflictos en la pareja, maternidad, etc. Estas mujeres - cuyas edades oscilan entre los veinte y los sesenta años - pertenecen a una clase media generalmente empobrecida y, en su mayoría, han cursado estudios secundarios, terciarios o universitarios. Algunas, han atravesado anteriormente otros tratamientos psicoterapéuticos.
Por ende en este breve ensayo intento transmitir algo de mi experiencia clínica, práctica que da lugar a utilizar ciertas teorías, a desecharlas o cambiarlas cuando no dan cuenta de la realidad que tengo ante mis ojos. También sostengo mi decir en mi experiencia personal, que es la de mi vida como mujer, psicoanalista y madre (entre otras identidades. Desde estas vivencias y experiencias personales hay algo que se vuelve entrañable, carnal, y en consecuencia, inefable. Siguiendo a María Moliner, elegí la palabra inefable en tanto significa “alegría, delicia, indecible: de tal naturaleza o tan grande que no se puede expresar con palabras.”
Asimismo quiero enfatizar la necesidad de visibilizar la maternidad lesbiana como una forma de evitar las consecuencias de la marginación y la homofobia.

La homofobia ideologiza a la ciencia
La patologización del amor y el erotismo entre personas del mismo sexo comenzó a fines del siglo XIX, en Alemania. Uno de los responsables de tal demonización fue Richard von Krafft-Ebing, que en 1886 publicó su Pschopathia Sexualis basada en numerosas historias clínicas de los que él denominaba "individuos sexualmente anormales". Una de esas categorías era la perversión y allí incluyó al "sentimiento sexual contrario". Tiempo después, pasó a hablar de perversiones según el fin y perversiones según el objeto. En esta segunda categoría incluyó a la paidofilia y a la homosexualidad. De esta forma, Krafft-Ebing impulsó el estudio de la sexualidad, y de sus patologías, por eso a partir de 1880 los estudios sobre estos temas se multiplicaron.(3)
Otro psiquiatra que alentó esta clase de investigaciones fue Magnus Hirschfeld, pionero en predicar la comprensión y la aceptación de los así llamados "homosexuales".
En este punto es insoslayable referirme a las variadas ocasiones en las que Sigmund Freud expresó ideas muchas veces contradictorias. Por ejemplo, en sus Tres ensayos de teoría sexual incluye a la "inversión" entre las aberraciones o perversiones sexuales, juntándola, en la misma bolsa, con la paidofilia, la necrofilia, el bestialismo, el sadismo, etc. Clasificación errónea, en tanto se compara un vínculo amoroso y de mutuo consentimiento entre dos personas del mismo sexo, con relaciones donde un individuo mantiene una actividad sexual con una pareja inapropiada o involuntaria que no consiente y a la que se le infringen sufrimientos o humillaciones. Por otra parte, el término perversión, también asociado a pecado y vicio, se utiliza para designar una anormalidad psíquica que consiste en hallar placer en cosas que provocan horror.
Aunque Freud se refiere a la perversión humana como un universal, a la sexualidad infantil como polimorfa y a la bisexualidad como patognomónica del hombre, también dice, con respecto a la homosexualidad, que la falta de un padre fuerte en la infancia la favorece, deslizando la idea de una falla en las relaciones de objeto, falla que, por ende, provocará patología. Por otro lado, declara que la investigación psicoanalítica se opone terminantemente a la tentativa de separar a los homosexuales como una especie particular de seres humanos y que no se conocen los orígenes ni de la homosexualidad ni de la heterosexualidad. En 1935 el creador del psicoanálisis respondía así a la carta que la angustiada madre de un homosexual le había enviado:
Indudablemente, la homosexualidad no representa ninguna ventaja, pero no es algo de lo que haya que avergonzarse, ni un vicio, ni una degradación, no puede clasificársela como una enfermedad; la consideramos una variante de la función sexual.. Muchos individuos sumamente respetables de los tiempos antiguos y modernos han sido homosexuales, entre ellos algunos hombres célebres... Es una gran injusticia perseguir la homosexualidad como si fuera un delito. También es una crueldad (...) Al preguntarme si puedo ayudarla, supongo que quiere decir si puedo abolir la homosexualidad y hacer que la heterosexualidad ocupe su lugar. Lo que el análisis pueda hacer por su hijo va por otro camino. Si es desdichado, neurótico, si se halla atormentado por los conflictos e inhibido en su vida social, el análisis puede proporcionarle armonía, paz mental y eficacia plena, tanto si permanece homosexual como si cambia(..).
De manera similar, en su ensayo Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina, Freud afirmaba en 1920 que su paciente - una joven de dieciocho años, hija de una muy distinguida familia de la clase media vienesa - no era una enferma y que la empresa de mudar a un homosexual declarado en un heterosexual no es mucho más promisoria que la inversa, sólo que a esta última jamás se la intenta cambiar, por buenas razones prácticas...
Pero, por otro lado, en la carta del 35, Freud considera a la inversión como una detención del desarrollo. Además, a la joven homosexual, no solamente no le puso ningún nombre - como lo hizo con sus otros casos clínicos: Dora, Elizabeth, Katherina - sino que, además, Freud confundió el amor de su paciente hacia una mujer con una identificación masculina.
Aunque el creador del psicoanálisis tenía, en síntesis, ideas un tanto contradictorias, era mucho más abierto que la de varios colegas de nuestros días. En los últimos años de su vida no dedicó especialmente al tema ningún ensayo, aunque oportunidades clínicas no le faltaran, entre ellas la de haber tenido como paciente a la talentosa poeta lesbiana Hilda Doolittle. Por otra parte, el lesbianismo a Freud lo tocaba mucho más de cerca. Su hija Anna, la famosa psicoanalista de niños, vivió durante cincuenta años con Dorothy Burlingham, una señora norteamericana madre de cuatro niños. Aunque el rumor de una relación amorosa entre Anna y Dorothy fue negada una y mil veces por el ambiente psicoanalítico - comenzando por la misma Anna – hay pruebas fehacientes de que ellas construyeron una familia lesbiana.
No continuaré citando todas las reflexiones que el creador del psicoanálisis hace con respecto al tema de la homosexualidad Sí quiero enfatizar la idea de que cuando hago alguna referencia a las ideas freudianas mi intención es desnudar las miradas que también en nuestros días los psicoanalistas les dirigimos a nuestros pacientes y a las consecuencias iatrogénicas de estas miradas. Observando la frecuencia con que algunos profesionales de la salud mental ignoran o desmienten, en el caso de trabajar con lesbianas y gays, lo que sus propias experiencias clínicas les demuestra, considerando a la homosexualidad una perversión o alguna otra forma de patología, llegamos a la conclusión de que sufren de homofobia. Como esta forma de prejuicio también se infiltra en el inconsciente, muchos terapeutas que la sufren desconocen su propio prejuicio. Algunos otros, los "políticamente correctos" muestran una falsa aceptación de la así llamada homosexualidad. Como el lobo que se disfraza con piel de cordero, el terapeuta homofóbico intentará veladamente "curar" a su paciente "homosexual", potenciará esa forma de prejuicio en cualquier paciente que transite por su consultorio o hará minuciosas investigaciones disfrazadas de ciencia, buscando patología en las familias de gays y lesbianas.
Ha pasado casi un siglo desde que Freud diera a luz aquellas primeras teorizaciones. Los psicoanalistas hemos escuchado, durante estos años, a muchos pacientes. Hemos pensado también mucho y escrito otro tanto, aunque no siempre con auténtica creatividad y libertad de pensamiento. Sabemos - o tendríamos que recordar, de tanto en tanto - que no somos omniscientes y que necesitamos conocer las investigaciones de otras disciplinas científicas, de otras corrientes psicológicas y de aquellas posturas que, siendo también psicoanalíticas, ignoramos. Pero, como el mismo Freud lo señalaba, el intelecto puede ser usado como instrumento de poder y esto se pone muy en evidencia en tantos casos de psicoanalistas que, precisamente por una razón de poder, siguen aferrados a sus "verdades" haciendo oídos sordos a cualquier otro aporte que le sea desconocido o que haga peligrar su dogma. Aunque el dato provenga de la realidad clínica.
Entre los pocos psicoanalistas contemporáneos que reflexionan de una manera creativa, se encuentran Christopher Bollas y Elisabeth Roudinesco. Bollas, en su libro Ser un personaje. Psicoanálisis y experiencia de sí mismo, enfatizan que cualquier empeño por establecer una teoría abarcadora de la homosexualidad requeriría distorsionar las diferencias aisladas e importantes entre los homosexuales, acto que, en casos extremos, podría constituir lo que él llama un genocidio intelectual. La ambivalencia heterosexual hacia el homosexual, recalca Bollas, ha llegado a ser un aporte intrínseco al dolor psíquico del homosexual. Pero, a pesar de que los homosexuales padecen el estigma que alcanza a cualquier grupo de personas que “sale del armario” del mundo interno para declarar sus fantasías eróticas, ellos se han visto beneficiados por una reflexión colectiva acerca de la naturaleza de su vida erótica y, en este sentido, se puede afirmar que conocen mucho más de sí mismos que cualquier otro grupo sexual, incluidos los “heterosexuales normales”. Estas reflexiones colectivas expresadas en textos escritos, como por ejemplo novelas y diarios íntimos, indagan de una manera literario - psicológica lo que significa ser homosexual. y le sirven a Bollas para sus elaboraciones psicoanalíticas. Él dice haber aprendido más de esta literatura que de los escritos psicoanalíticos pertinentes. Comparto sus ideas: yo también tuve la oportunidad de enriquecer mi comprensión acerca de la subjetividad lesbiana a partir de textos literarios. Entre muchas otras, es clásica la obra de Radcliff Hall El pozo de la soledad, de principios de siglo XX y, más actualmente, En Breve cárcel de Silvia Molloy y Carol de Patricia Highsmith.

Feminismo, maternidad, sociedad
Las teóricas feministas se han encargado, desde Simone de Beauvoir hasta Julia Kristeva, pasando por Adrienne Rich, de de-construir los significados que el patriarcado le dio a la maternidad, pero eso no es suficiente para producir cambios en la subjetividad de cada mujer. Ese cambio se produce desde distintos frentes: a través del pensamiento feminista que una mujer pueda haber internalizado hasta hacerlo propio, pero fundamentalmente gracias a un trabajo consigo misma. Esto implica, entre otras cosas, una radical revisión del vínculo interno con la propia madre y, si los tuviera, una revisión de la relación con sus propios hijos. Bien sea con los que tiene o con los que desea o necesita tener o con aquellos, virtuales, que decida no tener.
Asimismo es sabido que toda mujer está inmersa en una cultura y también en una historia personal de la que a veces quisiera huir, pero esto no se logra con un mero voluntarismo de su parte. La historia personal de cada uno de los seres humanos se inicia en un vínculo y desde allí se empieza a formarse la subjetividad. Esas primeras relaciones marcan, dejan huellas. Ayudan, en el mejor de los casos, a desplegar las propias alas, mientras que en el peor de los casos, intentan aplastarlas. A veces, lamentablemente, lo logran.
Las lecturas feministas que muchas mujeres hemos internalizado pueden ser intelectualmente claras, y hasta muy profusas, pero no necesariamente nos atraviesan hasta llegar al corazón. En otras palabras, no siempre descubrimos los más íntimos y hasta desmentidos secretos de la propia alma.
El saber feminista muchas veces, demasiadas por lo que he podido comprobar, queda en la superficialidad del intelecto; en el mejor de los casos desde un voluntarismo consciente y responsable. El verdadero cambio interno se logra desarraigando viejos dogmas y mandatos identificatorios totalizadores. Más aún, cuando la subjetividad de una mujer está demasiado colonizada por una historia violenta y autoritaria, la “identificación con el agresor” puede ser tan fuerte que a veces encontramos en las conductas y decires de esa mujer, al peor de los tiranos domésticos. Así se conduce en todos sus vínculos: con su pareja, con sus hijos, si es que los tiene, con las demás mujeres y en otras relaciones. Adquirió la habilidad de quien la manipuló, pero no tomó la senda del buen poder, esa de la mujer sabia, la bruja que deshace hechizos.
Dice Robert Hopke, un analista junguiano: En el contexto de la ideología heterosexual occidental, a cualquiera que se desvíe del modelo dominante de la relación masculino - femenino se le niega la existencia social o se le condena. Los hombres gay o las mujeres lesbianas no existen según esa línea de pensamiento o, si su existencia se hace obvia, se les tacha de desviados, criminales, peligros para la sociedad, enfermos mentales. El efecto de estas actitudes es privar a los gays y lesbianas de cualquier tipo de visibilidad en su entorno.
En el caso de que esos homosexuales tengan hijos, las actitudes homofóbicas también suelen recaer sobre ellos.
Los roles de género han sido organizados de manera de colocar a los hombres en una posición dominante y a las mujeres en un lugar subordinado. Eso también se refleja en la familia. En consecuencia, los estereotipos de esos roles son perjudiciales para ella.
Los conceptos predominantes de familia "normal" (padre - madre - hijos) también se sustentan en esa ideología. Ideología que origina una concepción que influye también en los profesionales especializados en terapia vincular. Sin embargo, el hecho de que el número de familias "normales" se haya reducido y que, estadísticamente, sea tan grande el número de las atípicas, alternativas o "empíricas" - como prefiere llamarlas Eva Giberti -, parece tener poco efecto en el campo de la ideología, precisamente por el dogmatismo al cual antes hice referencia. Esto se corresponde con el hecho de que los estados totalitarios, para poder controlarla, establecen una idea única de familia. La ideología de la familia "normal" es perjudicial por los efectos que produce en otras que son diferentes: las homosexuales, las de un solo progenitor, las parejas sin hijos, las organizaciones de vida comunal. La falta de sostén social conduce, como bien señalan Goodrich, Rampage, etc., a que esas otras familias se aíslen en una especie de subcultura que las empobrece.

Familia lesbiana
Puede constituirse de diversas formas. Dos mujeres vinculadas a través de una relación de pareja conviven junto con los hijos que una de ellas o ambas han tenido en vínculos heterosexuales. También sucede que una madre lesbiana viva con sus hijos pero o que no tenga pareja o que no conviva con ella. En una tercera forma, una pareja de lesbianas elige adoptar o la fertilización asistida. En la Argentina las más visibles son las familias del primero y segundo tipo. El camino de la fertilización asistida es difícil, aunque no imposible, y el de la adopción es complicado, ya que solamente puede adoptar una mujer y como soltera. (4) Aunque siempre tienen un lugar preferencial los matrimonios heterosexuales. Al respecto, dice Adrienne Rich: La maternidad es admirable, pero fundamentalmente si la madre y la hija o el hijo están vinculados a un padre legal. La maternidad fuera del matrimonio o la maternidad lesbiana, son vejadas, humilladas o, en el mejor de los casos, ignoradas. Para reflejar esta realidad Rich creó el concepto de maternidad en cautiverio. (En algunos de los estados de EEUU o en algunos países de Europa están legalizadas la adopción y/o la inseminación para las lesbianas.

Algunas viñetas
No sólo en las mujeres heterosexuales, también en las lesbianas se pone sobre el tapete el tema del mítico instinto materno y la opción de toda mujer de ser o no-madre. Pero cuando se trata de una pareja de lesbianas que quiere tener hijos, su deseo escandaliza.
-Liberando su deseo de maternidad, Ruth (5) dice: "Yo tuve hijos porque quería, creo que me casé porque quería tenerlos". Casada desde los dieciocho años, tenía diecinueve y veinte cuando nacieron sus dos hijos varones. A los veintisiete se separó de su marido. "Al tener hijos aprendí a separar el sexo del deseo. Los hijos fueron mi deseo". Mientras Ruth - en una entrevista- se expresaba así, dentro de mí se reiteraba la vieja pregunta de si existirá algún niño que no venga al mundo debido al narcisismo, generalmente no-confesado, de sus padres. Y, una vez más, me respondí que todos, de una u otra manera, somos frutos de ese narcisismo. Nacemos para continuar un apellido, para acompañar la soledad o vejez de nuestros padres, para ofrecerles una fantasía de inmortalidad, para ser el fruto de una unión amorosa o para cumplir tal vez cuántos otros anhelos narcisistas. Sólo que, en el mejor de los casos, los padres aceptan en algún momento que los hijos no les pertenecen y que tienen sus propias identidades. Y, entonces, los entregan a la vida. En el caso de la madre lesbiana las cosas no son diferentes.
Por otra parte, el vínculo de la maternidad, como afirma Eva, no viene dado, hay que trabajarlo. Ella cree haberlo hecho mucho más que el común de las madres. Al escuchar estas palabras, recordé otras de Thomas Laqueur: El 'hecho' de la maternidad es el trabajo psíquico que hay que realizar para apropiarse del feto y luego de la criatura dentro de la economía moral y emocional de la madre. El 'hecho de la paternidad' es de un orden semejante. (...) Ese trabajo se hace con el corazón. Entonces, si el vínculo con el hijo se vuelve visceral, es debido al laborioso ejercicio que se hizo de él. Vínculo siempre ambivalente y conflictivo pero en el que, al fin de cuentas, predomina el amor.
Hablar con los hijos
Qué momento elegir para hablar con ellos, cómo explicarles que su madre está enamorada de otra mujer, qué palabras utilizar para referir esta íntima experiencia emocional, todas estas son inquietudes compartidas por la mayoría de las madres lesbianas. Ellas suelen haber pasado del tener que preguntarse cómo hablar con los padres a cómo hacerlo con los hijos, en ese sufrido tránsito de pasar de la invisibilidad a la visibilidad.
María, Eva, Ruth y Marisa consideran que siempre es conveniente que los hijos pregunten. En el caso de Eva, cuando su hijo mayor tenía dieciséis años, le preguntó al padre si su mamá era lesbiana. Éste le aconsejó que le hiciera esa pregunta a la misma Eva, quien en ese momento se sinceró ante su hijo. Él lo tomó muy mal y se alejó emocionalmente. Eva sintió que la oportunidad de un reencuentro con su hijo había llegado cuando éste cortó su primer noviazgo y buscó a su madre para contarle sus cuitas. "Yo aproveché ese momento para meterme en su corazón y poder hablarle de lo mío. Y lloramos, hablamos, blanqueamos", relata Eva. "A partir de ese momento nunca más hubo dramas con esto. Yo no sé si mi realidad lo hace feliz, estimo que no. Pero lo acepta. No sé a qué aspiraría mi hijo, nunca se lo pregunté, porque además él no tiene que elegir para mí. Lo más importante es que tengo su respeto". Cuando la nuera quedó embarazada, ésta y el hijo de Eva le pidieron que presenciara el parto ya que, debido a su profesión, ella podía hacerlo. Como a último momento el parto se complicó, siendo imprescindible una cesárea, el hijo de Eva no pudo acompañar a su esposa. "Yo recibí al bebé de su panza y se lo mostré a mi nuera. Lo recuerdo y todavía me emociono porque fue un momento de comunión muy especial. A partir de ese momento la relación se hizo más estrecha y ahora tengo la excusa de ir a visitarlos más seguido". En el caso de su segundo hijo, de dieciséis años, las cosas fueron distintas, todo se dio con más naturalidad y aceptación. "Mi ex marido, su abogado, el juez que intervino en la causa por la tenencia y otras personas, me vaticinaron cosas terribles para mis hijos. Pero se equivocaron porque ellos son magníficos, normales, sanos y tienen valores".
Ruth es madre de dos hijos varones, uno de veinticinco y el otro de veintitrés años. Se separó cuando ellos tenían cinco y siete. Durante tres años tuvo un vínculo con otro varón, con el que no convivió. A partir de sus treinta años tuvo su primera pareja mujer. “No conviví con otra mujer hasta que mis hijos tuvieron una edad considerable. No creo que todas las madres lesbianas tengan que hacerlo así, sólo que así lo hice yo". Los hijos nunca le preguntaron por su lesbianismo ni le pidieron explicaciones, tan sólo lo dieron por supuesto. Como es escritora, para ella "la política de revelación fue en el sentido de lo diferente. Yo escribía y eso era diferente, mis amigos eran diferentes y también lo eran los libros que leían mis hijos. Siempre les enseñé que, además, ser diferente tiene un costo". Ruth también se refiere al tema de perder la tenencia, siempre un conflictivo fantasma para las madres lesbianas y uno de los condicionantes del sincerarse o no con los hijos y en qué momento hacerlo.
Para Marisa, el gesto de reconocimiento de Ariel, su único hijo fue conmovedor. Cuando él tenía 25 años, apareció sorpresivamente en la casa con una bandera del orgullo gay. Poniéndola en las manos de Marisa, le dijo: “Porque mamá, todo está claro y bien, ¿no?. “ Marisa supo además que, en un paso posterior, Ariel se lo contó a Luz, su novia.
De una manera manifiesta o latente, la culpa que algunas lesbianas tienen con sus hijos también condiciona sus acciones, por ejemplo la de hablar con ellos. Uno de los argumentos de esa culpa es el temor de enfermarlos. El imaginario social sobre la familia lesbiana insiste a veces con una falacia: que los hijos se enferman debido a la condición lesbiana de sus madres. Este prejuicio es peligroso, porque muchas veces hace que una lesbiana que desea tener hijos, se censure ese legítimo deseo. También sucede con frecuencia que la lesbiana que ya tiene hijos crea que puede enfermarlos si ella ama a otra mujer. Demás está recalcar en que lo que enferma a un hijo no es qué tipo de vínculo de pareja tengan su padre o su madre, sino el no brindarles un espacio íntimo de amor, sin violencia, sin abuso, sabiendo que los hijos son precisamente hijos, y por ello necesitan que los adultos los acompañemos con respeto y amor por el camino de la vida.

Relación de los hijos con la pareja mujer de su madre
Al preguntarle a María si ella cree que un hijo puede tener dos madres, responde que, como sus hijos nacieron de un vínculo heterosexual previo a su pareja con otra mujer, el tema de las dos madres no se dio. Tanto en María como en Alicia y Mónica, observo que la compañera es a veces sentida como una tercera que se agrega a un grupo familiar ya constituido. Los celos, los sentimientos de abandono y exclusión, pueden volverse más complejos en estos vínculos. Mas, a pesar de esos posibles celos, a los hijos les alivia saber que su madre está acompañada y contenida por su pareja, aunque ésta sea otra mujer. En estas condiciones, los hijos no sienten culpa por crecer, volar lejos del nido, hacer sus propias vidas.
- Eva nunca quiso aceptar la convivencia con Patricia, su ex pareja. Compartían muchos momentos, entre ellos las vacaciones e incluían a los dos hijos de Eva y los tres de Patricia. La separación de ellas dos fue muy brusca porque Patricia, sorpresivamente, dejó a Eva por otra mujer. Durante un tiempo, Eva siguió viendo a los chicos de su ex pareja - que son todavía niños - pero como estas salidas la lastimaban mucho debió interrumpirlas. Cree que quizá también los chicos quedaban heridos después de esos encuentros. A Eva le cuesta mucho recuperarse del dolor por la separación, seguramente también a los hijos de ambas.
-Cuando Marisa llevó a su casa a su pareja el hijo -con sus flamantes 26 años- entre risueño y tierno, le dijo a Zuleica: “Ahora vos sos mi segunda mamá”.
Pero, como es natural, no todos los hijos son como el de Marisa o Eva ni todas las madres son como ellas.
- Mónica, madre de un nene de siete años, convive con Fabiana. Ésta reclama un lugar y, aunque tenga una excelente relación con el niño, le pregunta con insistencia a Mónica quién es ella en la vida de su hijo.
- Para Cecilia las cosas son aún muy complicadas, porque ella se enamoró por primera vez en su vida de una mujer teniendo cuarenta y nueve y cuando ya llevaba bastante tiempo de separada del padre de sus tres hijos. Vive con sus dos hijos aún solteros y con Gabriela desde hace algunos meses, y aunque todos se llevan muy bien aún no pudo sincerarse con sus hijos. Está muy asustada pero, a la vez, no quiere volver atrás. Necesita ayuda para aceptar en paz las nuevas circunstancias de su vida, ya que al tener una muy hermosa relación con Gabriela, no quiere perderla.

Padres varones
Cuando María se separó de su marido, él desapareció no sólo de la vida de ella sino también de la de sus dos hijos. Hasta aquí, la historia es idéntica a la de tantas mujeres heterosexuales que, en ausencia del padre de sus hijos, quedan como únicas jefas de familia. La diferencia es que María, tiempo después, se enamoró de una mujer y ésta fue a vivir con ella y sus chicos, que en aquel momento tenían 9 la nena y 11 años el varón. La situación quedó aclarada ante ellos, que no pusieron resistencia. María cree que, tal vez, para ella la situación haya sido más fácil que para otras lesbianas porque sus hijos quedaron sin padre. Pero, por otra parte, a ella le parece que Damián, que ya es un adolescente, tiene la fantasía de que si ella, luego de separarse, se enamoró de una mujer fue por descalificar a la persona y al sexo del padre y, lo que es peor, también puede fantasear que su madre lo rechaza a él por tener el mismo sexo que su papá. Entonces, si mamá dejó a papá por una mujer, lo descalificado puede ser no sólo la persona del padre "abandonado" sino también el sexo masculino. No me es posible confirmar que las fantasías de María se adecuen a lo que verdaderamente siente su hijo pero sí se hace evidente su dolor por ser él mismo un hijo, en la realidad, abandonado por el padre, dolor que seguramente es similar al de otros hijos no amados por sus padres.
- De los chicos de Alicia y Mónica, los padres tampoco se hacen cargo económicamente pero los siguen viendo. En el caso de Marisa y Mora, los ex maridos nunca se ausentaron de la vida de sus hijos.
- Cuando Eva se separó no lo hizo porque se fuera "de una pareja a otra", sino porque quería irse de la pareja con el marido. Cuando decidieron la separación, él le confesó que durante el matrimonio había tenido una relación paralela. Tiempo después de separada, Eva se enamoró de una compañera de trabajo y el ex marido, aún antes que ella misma, lo percibió. Ahí empezó la guerra. Él le dijo que iba a probar que ella era lesbiana y que le sacaría la tenencia de los hijos. La abogada de Eva le aconsejó que cediera la custodia porque aunque sería muy difícil probar su lesbianismo, iba a ser muy desagradable para sus chicos y para ella todo lo que él amenazaba con hacer y decía haber hecho. Cuando Eva relata estos hechos, hoy ya lejanos en el tiempo, se vuelven a presentar el dolor y el sentimiento de injusticia. Cuando los chicos fueron más grandes, pidieron volver a vivir con su madre. De todos modos, y por el bien de sus hijos, ella siempre preservó la imagen del padre. Debían ser ellos mismos los que verían a su madre y a su padre tal cual son.
Para finalizar, quiero hacer mía una reflexión de Caroline Stevens: La familia existe para reconocer, cobijar y fomentar posibilidades creativas que aguardan en cada ser humano. Lo que sienta el fundamento del bienestar de todos los miembros de una familia es la experiencia de un hogar construido por dos individuos de cualquier sexo que cooperan y se aman, aportando sus diversos dones a la creación de un ambiente sustentador. Adrienne Rich sostiene una idea complementaria cuando expresa tener la esperanza de que, algún día, hombres y mujeres puedan experimentar formas de amor, de paternidad y maternidad, de comunidad e identidad que no estén basadas en mentiras, secretos y silencios.

Notas
(*) Este trabajo se basa en uno anterior: Familia lesbiana. Otra configuración vincular, ensayo que fue fruto de una investigación realizada en el CEA (Centro de Estudios Avanzados) de la Universidad de Buenos Aires para el Seminario Interdisciplinario “La familia como fenómeno histórico-cultural.” durante los años 1995-1996. Leído en varios congresos y jornadas, aún permanece inédito. Una versión de este ensayo está en mi web: www.isabel.monzon.com.ar
(1)Lic. en Psicología (UBA), psicoanalista y escritora.
(2) En referencia a la bibliografía psicoanalítica apareció recientemente el libro de Elisabeth Roudinesco La familia en desorden. Un texto tan necesario como interesante que no pude trabajar como hubiese querido debido, precisamente, a la novedad de su aparición.
(3) Henri Ellenberger: El descubrimiento del inconsciente.
(4) El decreto de Unión Civil., recientemente promulgado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, no autoriza la adopción.
(5)Ruth es una de las madres lesbianas argentinas con cuyos testimonios, obtenidos a través de sesiones de tratamiento psicoanalítico individual y de pareja, de grupos de reflexión y de entrevistas, elaboré mis reflexiones.

Bibliografía
-Laqueur, Thomas: "Los hechos de la paternidad". En Debate Feminista. Año 3. Vol.6. Septiembre 1992.
-Monzón, Isabel: Familia lesbiana. Otra configuración vincular. Ensayo producido en una investigación realizada en el CEA (Centro de Estudios Avanzados) de la Universidad de Buenos Aires para el Seminario Interdisciplinario “La familia como fenómeno histórico-cultural. Un ejercicio de prognosis” durante los años 1995-1996.
-Monzón. Isabel: Lesbianas siglo XXI. Revista Actualidad Psicológica. Año XXV - Nº 281 - Noviembre. Año 2000.
-Rich, Adrienne: Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución. Ediciones Cátedra. Colección Feminismos. Madrid. 1996.
-Rich, Adrienne: Sobre mentiras, secretos y silencios. Editorial Icaria. Barcelona. 1983.
Roudinesco, Elisabeth: La familia en desorden. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 2003.
-Stevens, Caroline: "Familia lesbiana, sagrada familia: experiencia de un arquetipo". En Espejos del yo. Segunda parte: La familia arquetípica. Editorial Kairós. Barcelona. 1994.
-Stubrin, Jaime: Sexualidades y homosexualidad. Ediciones Kargieman. Buenos Aires. 1993.

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