lunes, noviembre 20, 2006

Para darle sabor al caldo

Después de cinco años de no vivir en Monterrey, en los próximos días llegaré a mi ciudad natal para quedarme ahí por una larga temporada. Nos mudaremos Ana, yo y los niños porque me han ofrecido un buen trabajo. Yo lo veo como asunto kármico, aunque algunos por ahí lo ven como que complicarme la existencia es mi hobbie favorito.
Salí de Monterrey el 31 de diciembre de 2001. El primero de enero de 2002 crucé a Laredo, Texas y de ahí volé, primero a Houston y después a El Paso donde tomé un shuttle a Las Cruces, New Mexico donde viví por dos años. Salí de Monterrey a los 23 años, cansada de mí misma. Cuando llegué a Las Cruces ya iba convencida que no podía tener una relación emocional íntima con ningún hombre y que era tiempo de dejar de jugar a la bisexualidad. A partir de ese momento, comencé a salir de clóset de forma masiva. Le dije oficialmente a mi madre y a mi padre y les regalé el libro de Mamá, papá soy gay, que nunca leyeron.
Salí de Monterrey huyendo de mil situaciones. Algunas las he resuelto, otras quedaron en el limbo, en stand by. En julio, luego del Baby Shower, escribí que había disfrutado de la ciudad como nunca, pero no me imaginé que el destino me fuera empujando o llamando a regresar.
Tengo miedo, por supuesto. Aunque Monterrey no es la misma ciudad que cuando salí, definitivamente sigue siendo un pueblo chico, infierno grande. Pero es más ciudad que muchas otras ciudades. No es un “pueblo de provincia”, creo.
Hace algunos meses, una amiga del DF me dijo que creía firmemente en que en los estados de México estar en el clóset era un asunto de supervivencia. Que ella entendía si decidía permanecer segura y no andar calentando el agua. Por otro lado, una amiga de Monterrey me dijo que era una locura campal pretender llevar la vida que llevo en una sociedad en que hasta ser madre soltera está mal visto.
Yo veo esta oportunidad precisamente como eso: como una oportunidad. Mi estilo de activismo siempre ha sido de chinga quedito, es decir, trato de impactar a la gente que por alguna razón le tocó tratar conmigo. No puse una pancarta en el eje vial en el que vivo, sino que impusimos nuestra presencia y relación a la Tía Meña y al primo Andrés que viven en la planta alta; de paso impactamos a toda la familia materna de Ana y a los amigos de Andrés y todos, presuntos open minded, lo tomaron con filosofía.
Vine al DF porque aquí vivía Ana cuando iniciamos nuestra relación. Llegué el 16 de diciembre de 2003, cuando terminé mis compromisos en Las Cruces. Me vine porque mandé mi curriculum a un trabajo y me dieron entrevista para el 17 de diciembre. Empecé a trabajar a partir de febrero de 2004 y ahí conocí a mis primeros amigos en el DF, personas maravillosas que aún ahora seguimos manteniendo el contacto pese a que renunciamos en abril de ese mismo año porque no nos pagaban. Tomaron mi relación con Ana como lo más natural del mundo y contribuyeron a que reforzara la idea de los capitalinos, que tienen mayor apertura, que son más liberales, etc, etc. De alguna manera es cierto, pero en todos lados, hasta en Holanda, se cuecen habas cuando de uniones del mismo sexo se trata.
En Monterrey conocemos a personas maravillosas, también. Para empezar, mis suegros. Los papás de Ana nos ofrecen constantemente hospedaje y bueno, la mamá de Ana está fascinada con sus nietos. Siempre que vamos, visitamos a Myrna, su marido y sus niños, que son como hijos para Ana. Visitamos, también, a Manuel y Elva. A Héctor y Marina. Y son precisamente estas personas las que me hacen tener fe en una ciudad a la cual he vilipendiado hasta el cansancio.
Nos vamos a Monterrey con la firme intención de ahorrar y de preparar nuestro viaje a Canadá. De saldar cuentas materiales y emocionales. Sé que en Monterrey puedo vivir en el anonimato total, puesto que aún y cuando la mayoría de mis parientes paternos viven ahí, nunca, en 23 años consecutivos que viví ahí, me los encontré en ningún restaurante, ni cine, ni nada. Pero también sé que es lo suficientemente chico como para que en un dos por tres me encuentre con aquellas personas que se han encargado de reiterarme su absoluta reprobación.
Quiero y a la vez no, irme del DF. Me acostumbro demasiado rápido a las rutinas y a un ritmo de vida. Si pudiera traerme lo mejor de Monterrey a la Ciudad de México o si pudiera llevarme lo mejor de acá a allá sería muy feliz. Pero, de cierta forma, me lo llevo.
Mi sistema de valores ha cambiado mucho. No soy la persona que dejó Monterrey en el 2001, ni la que dejó Las Cruces en el 2003; de todas las despedidas, ésta es la que duele más, tengo demasiados apegos y me surge tan de pronto la retirada.
Qué tipo de activismo encontraré en Monterrey, no lo sé. Qué tipo de grupos encontraremos, tampoco lo sé. Y por primera vez, Monterrey se nos presenta como página en blanco.

Esta historia continuará...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

entonces a donde mando las postales de navidad?

Anónimo dijo...

Las esperamos pronto por aca...

Anónimo dijo...

las esperamos con los brazos abiertos!!!!!!!!