El sábado pasado Marlene estuvo en nuestra casa viendo el album de nuestra vida. Las páginas más recientes, por supuesto, tratan de todos los preparativos de la llegada de nuestros bebés. Ana hizo una página con todos los libros que habíamos comprado hasta la fecha y resaltaba entre ellos uno que se llama Madres lesbianas. Pidió que se lo prestáramos porque le parecía interesante ver lo que se decía al respecto. Al final se le olvidó y yo lo empecé a hojear de nuevo y me volví a encontrar con anécdotas y casos que recordaba vagamente. Sin embargo, el capítulo que llamó más mi atención en esta consulta rápida fue uno que se llama Posibilidades y limitaciones de la madre lesbiana. La autoras parten de la idea de una universalidad en la maternidad de las lesbianas, consideran que de una u otra forma todas pasamos por algunas generalidades como las expuestas en ese capítulo.
Ellas dicen que las posibilidades de una lesbiana son:
1. Quedar expuesta con frecuencia
2. Mostrar a tu hijo que estás satisfecha con lo que eres
3. Acostúmbrate a la idea de que, con frecuencia, habrá quienes supongan que eres heterosexual
4. Asegúrate, en la medida de lo posible, de que las personas que rodean a tu hijo sean respetuosas de la familia
5. Brinda a tus hijos modelos masculinos
Y las limitaciones son:
1. No esperes la total aceptación de la maternidad lesbiana, sea por parte de tus amigos heterosexuales o lesbianas
2. No te exijas ser la madre perfecta o que tu familia sea la familia perfecta
3. No supongas que tu sexualidad constituirá un problema serio para tu hijo
4. No supongas que tu hijo nunca va a experimentar dificultades sociales debido al lesbianismo de sus madres
5. No dejes de advertir las ventajas que puede tener para tu hijo el ser criado por una madre lesbiana
Empecemos con las posibilidades.
El quedar expuesta con frecuencia fue el principio elemental que me hizo salir del clóset con toda mi familia y mis conocidos. Esta posibilidad me metió en un análisis profundo sobre mi futuro. Ni modo de decirles que dentro de la casa tienen dos mamás y afuera no. O ni modo de dejarlos en casa cuando hubiera una celebración familiar o negarlos delante de las personas que no supieran de mi relación con Ana. Sabíamos que esto era fundamental, era el riesgo que debíamos calcular o al menos contemplar en una decisión como la de tener hijos. Yo me dije, si me atrevo a salir del clóset con mis tíos y primos, no hay razón para temer el día en que mis hijos me digan mamá delante de ellos. Entonces inicié una ardua tarea de información con mis familiares cercanos. Tarea calificada de inútil por no menos de una persona. Pero, aquí es donde entra la posibilidad número cuatro. Con anticipación pude darme cuenta del tipo de respeto que profesaban por mi familia. ¿Por qué es un aspecto que me importa tanto? Porque aún a mis 28 años, mis padres creen que todavía soy una adolescente desorientada que no sabe nada de la vida, que al primer llanto de mis hijos voy a frikearme y me daré cuenta de que no estaba preparada para semejante paquete y sobre todo, porque como estoy muy joven, seguro voy a querer endilgárselos para que los cuiden y mantengan para seguir llevando mi disipada vida de antro en antro. Porque seguramente una lesbiana debe forzosamente vivir de juerga en juerga y no sienta cabeza nunca. Quise, en esta campaña de información, probarles que era una persona común y corriente, que está por entrar en los treinta, que el ser lesbiana no era sinónimo de promiscuidad y que me tomaba tan en serio como el resto de las personas la posibilidad de formar una familia. Que tampoco era un dechado de virtudes pero no había nada que temer porque andar con una mujer no era nada del otro mundo. Pero el mensaje nunca llegó y los principales detractores de mi campaña de información esbozaron una gran sonrisa a la vez que decían “Te lo dije”. Era otra riesgo que tenía que tomar, supongo.
En cuanto a las limitaciones, no me parecen que sean tales. Sino algo más sobre las posibilidades. Es cierto que me encantaría que toda persona que se enterara que voy a ser madre dijera “ay, qué chido” y dejara de lado el hecho de que Ana y yo formamos una familia lésbica. Pero esto difícilmente sucederá porque no todos, ni bugas ni lesbianas ni homosexuales, se han tomado el tiempo para reflexionar en profundidad sobre el tema. Ni tendrían por qué hacerlo, pero tampoco tendrían que juzgar tan mal algo que bien podrían respetar y ayudar a construir. Esto, curiosamente, nos crea una obsesión o una responsabilidad insana de acertar en cada momento, de ser las mejores madres del mundo y al leer en el libro que “algunas madres lesbianas sienten que tienen que demostrar algo en especial ante sus amigos y ante el mundo”, no puedo dejar de sentirme identificada porque al inicio creí que este debería ser el camino a seguir. Por fortuna me he ido relajando y he ido aceptando que no hay manera de modificar la naturaleza imperfecta humana.
Y por último, las tres limitaciones restantes. Un desafío en sí. ¿El que Ana y yo seamos lesbianas les va a importar mucho a nuestros hijos? Las autoras del libro dicen que “los hijos de lesbianas corren el riesgo de burlas y el hostigamiento por parte de sus pares. Ésta es una preocupación válida que comparten muchas madres lesbianas: que nuestros hijos puedan sufrir debido a lo que nosotras somos. Es comprensible que esto nos desvele y, a la vez, es bueno estar preparada para ayudar a nuestros hijos a manejar estos posibles problemas. Sin embargo, sería un error considerar que las burlas y el hostigamiento son consecuencias inevitables para nuestros hijos. El hecho de que éstos tengan dos madres, o una madre que sale con mujeres, no necesariamente será motivo para que el niño sea dejado a un lado o ridiculizado por sus compañeros”. Muchas personas nos han dicho que bien podríamos evitar esto decidiendo no compartir nuestra preferencia sexual, pero recuerdo mis años de primaria, secundaria y preparatoria. Realmente los niños, por muy heterosexuales que sean los padres, nunca están exentos de que se burlen de ellos por ser gordos, tener los dientes chuecos, ser amanerados, hacerse pipí, llevar lonche que apesta en todo el salón, hacer fea letra, etc, etc, etc...
En fin, nada de esto está en nuestras manos, excepto una cosa. Insistir en la sensibilización, desde casa, a que nuestras reglas, nuestra cotidianeidad y nuestra realidad no es en sí, la única y verdadera.
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