lunes, septiembre 25, 2006

Historia de un amor

Algunas personas han mostrado curiosidad por saber cómo nos conocimos Ana y yo. Algunas otras han sido testigos de la evolución que hemos tenido a lo largo de los años. Pero para aquellos que no sepan cómo empezó nuestra historia, les compartimos el siguiente relato. Ésta es la primera parte. Ana contará la segunda el próximo miércoles.

Las piedras rodando se encuentran...

En agosto de 1993 entré a la preparatoria Eugenio Garza Sada por mera casualidad. Yo vivía en el sur de Monterrey y la prepa estaba al poniente, así que yo no tenía nada que andar haciendo por allá. De mi secundaria, únicamente dos amigos entraron junto conmigo: Gaby y Jaime. Pero no pudimos hacer el horario juntos porque Gaby tocó en Bicultural y Jaime en Inglés Avanzado. Yo por andar yendo borracha y sin comer al examen de admisión, me tuve que conformar con apenas haberlo aprobado y con que mi hermano, en una hora libre, escogiera mi horario y realizara mi inscripción. Quedé inscrita en el grupo 02 de la prepa Bilingüe.
Antonio Mejorado era mi profesor de Computación. Todas las clases que había tenido el primer día de clases habían sido la bazofia universal más grande del planeta. Así que cuando este parlanchín profesor nos dio la bienvenida a la clase y a la prepa, yo quedé fascinada. Cabe destacar que yo no usaba lentes en ese momento, pero los necesitaba con urgencia. Me llevé una imagen física de él que cuando en un mes me entregaron mis lentes y cotejé la realidad con la ficción, el tipo me resultó menos guapo de lo imaginado. Me enamoré de Mejorado el segundo día de clases. Y como nos había sentado en las compus según nuestra matrícula, a mí me tocó estar en la compu 10, o sea, enfrente de la suya. Mi técnica de seducción era igual a la de un niño de primaria. Poco me faltó para jalarle el pelo. Con Mejorado no sentía pena alguna, le hacía bromas, hacía comentarios sarcásticos en clase y una serie de cosas extrañas. Cuando pasé al segundo semestre, lo primero que hice fue inscribir Computación II con él y continuar con la misma dinámica. La parte triste de mi idilio fue que a partir del tercero, ya no llevábamos más Computación y como en esa clase sí me aplicaba, tenía puros nueves y dieces.
En agosto de 1994 entraron los nuevos alumnos de la prepa. Yo no los pelé mucho con excepción de un güey güerito que se movía mucho y parecía hiperactivo. Algo dentro de mí me dijo que era alguien a quien tenía que conocer. Un día el chavo estaba en la cafetería con Pablo de la Garza, un compañero que yo sí conocía y aunque no nos llevábamos de piquete de ombligo, me senté con él fingiendo una amistad de años. Me presentó a Tenorio. Poco después me di cuenta de dos cosas: a) que mi mejor amigo en ese entonces, David Chapa, conocía a Tenorio y la llevaba bien con él y b) que Tenorio era alumno de Mejorado. Mi plan (y es la primera vez que lo reconozco) era tener un pretexto para seguir viendo a Mejorado, así que le insistí fuertemente a David que fuéramos al salón de Tenorio, pasar por él para ir a comer o cualquier burrada que se me ocurriera. Las trampas de los planes macabros son infinitas porque pasaron varias cosas: a) Tenorio resultó ser una persona muy agradable para compartir, b) Tenorio se juntaba con dos chavas: Yazmín y Ana, c) Era un plan muy malo para seducir a Mejorado. El punto es que terminé fortaleciendo la amistad con David y Tenorio. Ana se comportaba como bicho raro, bastante reservada y callada. Yo aseguraba y ponía las manos en el fuego porque le caía mal. No me preocupaba tanto porque los que verdaderamente tenían una muy mala relación era David y ella, así que las energías estaban ocupadas en otros vericuetos. Yo veía a Ana como “la chava que siempre anda con Tenorio”.
Ana y yo terminamos ese año sin llevarnos mal pero sin llevarnos bien. Yo troné la mitad de las materias en venganza a una jalada que me hicieron mis padres y Ana tronó Química. Esto significó para ella tener una hora libre que el resto de su grupo no tenía. El primer día de clases, Tenorio llegó junto con Ana a la banca donde yo solía estacionarme. Me preguntó por mi hora libre y le dije sin empacho alguno que a las 10:30. Con una enorme sonrisa en la boca, volteó y le dijo a Ana algo así como “heeeeeeey, ya tienes con quién pasar la hora libre”. Las dos pusimos cara de “trágame tierra”. Ambas teníamos ideas muy equivocadas de qué clase de persona éramos y no nos hizo gracia la sugerencia de Tenorio. Ana la rechazó con poca sutileza, dijo que prefería estudiar en la biblioteca.
Pero toda historia tiene un pero y en este caso fue así: Cuando dieron las 10:30 me puse nerviosona. Me había picado el orgullo aquel desaire y pensé por cinco o diez minutos si debía o no ir a buscarla. Al final, me decidí. Entré a la biblioteca y me le planté enfrente. Le pregunté qué hacía y contestó lo que era obvio: estaba estudiando Mate. Le dije que no fuera azotada, qué clase de persona estudia en su hora libre, que me acompañara a la cafetería y ahí empezó la amistad más larga y duradera de mi vida. Bueno, en realidad no. Como amigas duramos alrededor de seis meses, porque una ocasión fuimos a un parque de diversiones y me jaló de donde estaba sentada para ir por una paleta y me atoré con un clavo que rompió mis jeans. Desde ese momento, la consideré mi examiga y las examigas se regían bajo otras circunstancias. Digamos, por ejemplo, dentro de una examistad yo podía vaciarle un vaso de agua fría en la cabeza y ella no podía decir nada. Y así un largo etcétera de jaladas.

Y sospecho que sospechas
Yo seguía enamorada de Mejorado y nunca lo decía a nadie. Ana estaba enamorada de Tenorio y nunca lo decía a nadie. Ana y yo platicábamos la hora libre entera. La navidad de 1994, cuando el “error de diciembre”, Ana me llamó para desearme feliz navidad. Colgamos y yo le marqué de inmediato para desearle feliz navidad yo también.
En el siguiente semestre, en enero de 1995, por haber tronado la mitad de las materias, yo tenía que quedarme en retención una hora para hacer tareas. Ana se quedaba acompañándome. Algunas veces hasta entraba conmigo al salón de Apoyo. Luego cuando llegábamos a casa nos llamábamos por teléfono y seguíamos platicando. Durábamos horas en el teléfono. Algunos días, el papá de Ana llegó a decirle: “cuelga ya el teléfono... mejor te llevo a casa de Criseida porque quiero el maldito teléfono desocupado”.
Ana no pidió permiso. Entraba en mi casa como Juan por su casa. Se ganó la confianza de mi madre y la simpatía de mi hermana. Conocía a mis muñecos, leía mis poemas. Me presentó a sus entonces amigos y vio que mi vida, pese a tener muchos amigos en la escuela, era bastante solitaria. En cierta parte eso me agradaba, porque una vez que sentí demasiada intimidad con ella, salí huyendo, me escondí por varios días pero cuando se me pasó, volví a dar el primer paso y la busqué.
Hace poco le confesé que durante esta etapa una sola vez me cuestioné cómo sería si ella y yo anduviéramos. Pero este pensamiento me sacó de onda y lo enterré durante algún tiempo.
Yo me dejaba hacer de todo. Si Ana quería disfrazarme de foca, pues adelante, me disfrazaba de foca.
Nuestro drama y correspondencia epistolar inició cuando por fin terminé la prepa y empecé a estudiar la carrera. Me escribió una carta pensando que nuestra amistad acabaría porque yo me iba de escuela y tendría nuevos amigos. Pero la cosa no sucedió así. Algunas veces, me sorprendía con sus visitas y el siguiente semestre, en agosto de 1996, me alcanzó y volvimos a pasar nuestras horas libres juntas. Hasta que algo malísimo pasó: consiguió novio.
Un sábado primero de noviembre nos quedamos de ver en la escuela para asistir a una obra de teatro. Corrió a verme emocionadísima y casi me agarra a besos y abrazos. Yo me quedé seria y le pregunté qué se traía; me dijo toda sonriente que ya andaba con Rubén. Yo puse mi cara de rotweiler y me paré. Resulta obvio decir que no me quedé a la obra de teatro. Traía un entrincamiento bárbaro. Me enojó mucho el asunto y me fui caminando a casa. Necesitaba quemar tanta energía contenida en la reciente novedad de mi amiga. Luego me tranquilicé y acepté la relación. Rubén no me caía mal y se esforzaba en ser simpático, no solo conmigo, sino con la gente en general. Duraron aproximadamente cuatro años.Yo todavía me tardé un rato en superar mi amor por Mejorado y el shock nervioso de que Ana tuviera novio. Pero sobre todo, tenía un gravísimo problema y era que si no me decidía a ser buena estudiante me botarían de la escuela en un dos por tres. Hice una serie de malabares, me cambié de carrera dos veces más y llegué a Letras Españolas. La carrera, como profesión, no es lo mejor que me ha pasado en la vida, pero todo lo que aprendí y viví ahí es una experiencia que no cambiaría. Entré a Letras en agosto de 1998. Lo primero que hice fue involucrarme en las actividades de la Mesa Directiva y como la asistente de la dirección de carrera hacía mucha talacha, me invitaba a todo cuanto taller y excursión se estuviera realizando. A principio de 1999, cuando tenía más despejado el asunto de mi bajo rendimiento académico, empecé a cuestionarme mis impulsos. Me preguntaba constantemente si es que me sentía atraída más hacia las mujeres que hacia los hombres. Y fue durante ese verano que un imán me atrajo irresistiblemente a Martha Castro, la asistente de la dirección. Era obvia nuestra atracción, pero yo era muy ranchera para ese tipo de cuestiones. Todo ese año me la viví en la pendeja. Martha hacía todo por conquistarme pero yo hacía como que no entendía nada. La verdadera razón por la cual nunca hice nada por propiciar algo fue mi inseguridad. No había besado a nadie desde los diez años y la experiencia de Martha me parecía apabulladora. Lo que hice fue estúpido. Busqué a un amigo y le dije que me echara la mano, que me urgía practicar las artes amatorias, que cómo veía. El ni tardo ni perezoso aceptó, pero luego luego se me distrajo con otras tentaciones. Ni me enojé. Sino que cuando la ocasión se volvió a presentar, ¡zaz! Que le planto un beso a Martha Castro. Le confesé a Ana el motivo de mis desvelos y reaccionó exactamente como yo un año antes: un sentimiento de ira la invadió y decidió odiar con odio jarocho a Martha. Luego se tranquilizó y llevó la fiesta en paz. Incluso cuando conoció la casa de Martha hasta llegó a pensar: “¿Es mi imaginación o esta mujer soy yo?” Ambas tenían un gran reloj de Hello Kitty que pensaron intercambiar, pero nada de eso se dio.

Otra vez el amor, otra vez el amor
Empecé el año 2000 con Martha. Yo en ese tiempo era bastante ingenua y corrí a decirle a mi madre lo que sucedía. Ella lloró, se angustió, pataleó, fingió aceptarlo y hasta pretendió ser comprensiva. Pero un buen día me abordó y me dijo: “dice tu papá que eso sí que no”. Me explicó que lo único que sentía por Martha era agradecimiento y siguiendo su sabia deducción, seguí agradeciéndole a Martha hasta que en Semana Santa me mandó a volar. Yo pasé todo el receso vacacional atormentándome con aquella canción que dice: “No me digas nada, no quiero escucharte, busca un confidente y cuéntale todo. Dile que me hiciste lo que a nadie se le hace, dile que estoy triste y no voy a resignarme a aceptarlo sólo porque estás arrepentida. Dile que me quieres porque yo sé que me quieres, di que no pudiste derrotar un desengaño con un hombre que ni siquiera muy bien conoces. Yo sé que a ti te duele, tú no querías hacerlo pero fuiste muy débil y a mí también me duele porque tú eres mi vida, pero no es nada fácil, creo que ya no se puede...”
Pero sí se pudo.
En fin. Ana vio cómo me sumía en la depresión y tristeza y decidió darme terapia ocupacional. Me invitó a que la ayudara con un proyecto de la escuela. Todos los días iba a su casa para ensartar cuentas y hablar de lo mala mujer que había sido Martha. En esos momentos lo más inteligente que se me ocurrió hacer fue salir con un hombre distinto cada día, pero no estaba disponible emocionalmente, así que nada fructiferó.
En mayo, Ana vino de visita al DF y Rubén le llamó para decirle que no quería continuar la relación. Ana me habló por teléfono y yo nomás avisé que me iba pa México a consolar a mi amiga. Aquí hicimos una vida bastante familiar. Apenas llegué, me llevaron a casa de una tía que se ofreció a llevarnos al tianguis que se pone en Las Cibeles; antes nos invitó a desayunar a los Bagels San Ángel. Andrés, el primo de Ana, nos llevó a conocer el tianguis del Chopo y luego fuimos a casa de otra tía a una comida súper fancy. Antes de volver a Monterrey, decidí pasar por Querétaro y ver si pasaba la noche ahí, pero no andaba de ánimo de conocer sola una ciudad.
En agosto volví con Martha y Ana empezó a salir de nuevo con Rubén. Ahí empezaron nuestras coincidencias amatorias. Cuando yo tenía pareja, ella también. Cuando no, ella tampoco. En noviembre de ese año pasamos por un trance difícil. Martha quería cortarme, pero como yo estaba moralmente muy abajo, no se atrevía. Ana necesitaba afianzarse a algo y quería volver a toda costa con Rubén.
En diciembre, Janell me saludó por el messenger y me dijo que lo sentía muchísimo. Yo no tenía idea de qué me hablaba, hasta que capté que Martha le había dicho que ya no andaba conmigo. Me emputé porque Martha no había tenido la delicadeza de informarme. Ana le dijo a Rubén que no podía continuar con el jueguito de salir sin ser novios y que mejor ahí le paraban. Ana y yo volvimos a la soltería y en eso la abuela de Ana le pidió que la acompañara en el viaje que quería hacer de México a Tuxtla Gutiérrez. Ana me invitó y aquello cayó como anillo al dedo. Pedí permiso a mi padre y pese a que mi madre se opuso, viajé a la Ciudad de México junto con Ana para de ahí trasladarnos a Chiapas.
En México estuvimos algunos días. Para ese entonces, Ana y yo teníamos toda la confianza del mundo y a menudo me prestaba su ropa. Anduvimos de antro en antro, de lugar exótico a lugar exótico y cuando llegó la fecha de partir, Ana acompañó a su abuela en avión y yo me trepé a un camión que por cierto no alcancé y me tuvieron que llevar a la estación de autobuses de Puebla para no perderlo del todo.En Tuxtla las cosas fueron idílicas. Ana y yo dormíamos en la misma cama. Nos coquetéabamos, platicábamos, salíamos juntas a todos lados y brindábamos por todo. A mí me empezó a entrar la cosquillita, pero pensé que una amistad tan chida no podía arruinarse por unas vacaciones locas y hormonales. Cada que Ana se arreglaba y preguntaba “¿me veo bien?” yo contestaba fingiendo indiferencia “no eres mi tipo”. Pasé la Navidad con la familia de Ana en la entonces casa de la Tía Meña. Hicimos intercambio de regalos y un montón de cosas más. Mi madre me exigió que volviera para pasar el Año Nuevo en Monterrey y yo, universitaria mantenida, no tuve más remedio que regresar.
No volveré, te lo digo llorando de rabia
El 2001 era el último año de mi carrera. Decidí ser bisexual y buscar una relación con un hombre. Fue cuando volví a buscar al amigo aquel y le dije que lo intentáramos en serio. No duramos mucho, porque yo andaba en un rush muy maniaco. Me enteré de que Janell andaba con Martha, que Ana andaba saliendo con un judío loco, que Janell ya no andaba con Martha y que Ana no quería volver a ver en su vida al judío loco. En ese momento empecé a juguetear con la idea de salir con Janell. No sé qué pasó por mi mente, pero así fue.
En mayo, por alguna razón del destino, tuve un encuentro casual con Martha y me asusté. No tenía casi nada de haber empezado a andar con este amigo y ya le andaba poniendo el cuerno. Yo no era ese tipo de persona, así que corté por lo sano y volví a mi soltería. En ese momento de mi vida me fajé los pantalones y prometí nunca más volver con Martha. Decidí irme en el tren de la ausencia. La seguí viendo, pero ya no cedí a mis bajos instintos (je je).
Ana volvió con Rubén precisamente en mayo. A finales de julio hicimos otro viaje a México. En esta ocasión, el viaje tomó matices más culturales. Pero mi madre decidió venir a buscarme y entró en una especie de competencia con Ana para ver quién podía captar más mi atención. Mi madre no toleraba que yo quisiera hacer más las cosas que Ana quería. Esta ocasión, pasamos mi madre, mi hermana, Ana y yo por Querétaro y nos quedamos a conocerlo. Los celos de mi madre eran insoportables, así que decidimos que ella y mi hermana agarraran por su lado y Ana y yo por el nuestro. De todas maneras, las relaciones fueron casi cordiales y bastante civilizadas.
Más adelante, empecé a salir con Eloy. Un chavo menor que yo y que de la noche a la mañana me pidió que fuera su novia. Por esas fechas, Ana estaba preparando su viaje de intercambio a España, de manera que salíamos los cuatro en otro de estos performances de pareja.
Ana se fue a España en septiembre y poco después Eloy me mandó a la chingada ya ni me acuerdo por qué. Me enojé por el modo, pero la verdad yo no estaba tan dolida como para no hablarle, fue él quien decidió retirarme el saludo y mandarme pedir sus cosas. Ya estaba terminando el año cuando por fin, Janell aceptó tomarse un café conmigo. Hablamos y ella dijo que era muy mala idea salir y complicarnos la existencia, pero hicimos caso omiso. Al principio las cosas no estaban muy dibujadas, sino que después de mi graduación me obligó a eligir: O Martha o ella. Y la escogí a ella. Yo me fui a New Mexico el 1 de enero de 2002 y mantuvimos una relación de larga distancia. Cuando Ana se enteró, se sacó de onda y llegó a pedirme que por favor, no le dijera ningún pormenor. No entendía bien a bien qué pasaba por la cabeza de mi examiga. De cualquier modo, mi relación con Janell terminó en mayo, cuando volví a Monterrey para pasar las vacaciones.
Ana y yo nos volvimos a ver en el verano de 2002. Nos citamos en el Café Paraíso de Monterrey y cuando la vi entrar, algo sentí. Se veía guapísima. Ella y yo evitábamos el contacto físico, pero yo le exigí un abrazo después de tantísimo tiempo de no verla. Yo sentía mucha atracción por ella y sentía correspondencia, pero lógicamente estaba asustada por el removedero de sentimientos. No habló conmigo, no me dijo nada, sino que empezó a mirarme a nada más querer estar conmigo pero de un modo más íntimo, no sólo con la holgazanería típica de las amistades.
En ese verano nos metimos en otra aventurita de Pipo. Nos pusimos a pasear a una gringa que venía de Georgia a aprender más sobre la educación en México, pero como chocaron el coche de Ana y no podíamos traerla en camión (era requisito que siempre anduviera en coche la gringa, según los coordinadores del programa), mi madre decidió acaparar las cosas y lejos de prestarme su carro, me dijo que ella iba y venía por mí y por la gringa. Fueron momentos de alta tensión, porque Ana y yo empezamos a pelearnos por todo, cosa sumamente extraña ya que en tantos años de examistad no se habían presentado ninguna clase de altercados.
Ana consiguió novio por esas fechas. A mí se me hizo rarísimo, pero me sirvió para no clavarme y sobre todo, para no arruinar nuestra relación; yo creía firmemente en que si yo intentaba algo con ella, me iba a quedar en la ruina emocional total. Ana, el novio y yo salíamos juntos para todos lados. Días antes de irme, estábamos tomando Mesteño en casa de Ana, jugábamos a la botella dizque para conocernos más. Ana y yo prácticamente ignoramos al novio durante toda la noche; incluso nos preguntó si habíamos tenido algo que ver amorosa o sexualmente. Lo negamos y yo le dije que nunca me había pasado por la mente.Yo tenía que regresar a Nuevo México en agosto y cuando nos despedimos en la Central de Autobuses le di un abrazo muy fuerte y le dije al oído: “Qué bueno que ya me voy”. Lo que quería decir era precisamente eso, que si seguíamos como hasta entonces, yo terminaría tirándole la onda, besándola y no sé qué más.
La cosa se puso peluda
Durante el verano Ana estuvo conmigo todo el tiempo y yo veía muy seguido a Martha y a mi primo. Cuando me fui, ella los tomó como compañeros de juerga. Eso más que molestarme, me asustaba. No quería que Ana se enrredara con Martha y mucho menos con mi primo que me había dicho que le gustaba la forma de ser de Ana y la forma de su cara. Por el messenger, Ana y yo nos saludábamos muy afectuosamente. Siempre nos decíamos “amor”, “corazón”, etc. Ella hacía muchas insinuaciones que me desconcertaban. Yo estaba verdaderamente inquieta. Por un lado las cosas con Janell iban de mal en peor, ella quería que volviéramos pero a la vez me trataba muy mal; y por el otro, yo no quería cagarla con la única amiga chida que tenía. Mi mejor amiga, pues.
En la universidad nos dieron Fall Break en octubre, justo en el fin de semana que sería la fiesta de cumpleaños de Ana y un instinto, un impulso inexplicable me hizo tomar un Greyhound que me dejara en Eagle Pass para cruzar a Piedras Negras y tomar un camión a Monterrey, vía Monclova.
No le avisé a Ana. Quería llegarle de sorpresa, pero fui dejando migajitas en el camino para que se imaginara que iría, de otro modo se infartaría y le iba a caer mal. Lo chistoso del caso es que el viernes que llegué fui a ver a Janell y después salí con Ana. Concidimos con Janell en un bar y se portó sumamente patana. Decidí salir con Martha el día siguiente, pasamos la tarde y por la noche llegamos juntas a la fiesta de Ana. El mensaje era totalmente confuso. ¿Iba a ver a Ana a Janell o a Martha?
Un día antes de mi llegada, Ana había ido a leerse las cartas y le dijeron que en esa fiesta estaría el amor de su vida. Las cosas se hicieron más complicadas, puesto que fueron casi todos los pretendientes de Ana. El flirteo se puso muy intenso esa noche y decidí constatar si todo lo que había sentido en el verano era puro juego de Ana o iba en serio. Lo triste del asunto es que yo había tomado algunos tragos y mi primo se acercó a decirme que la estaba cagando. Yo le creí y acepté que me llevara a mi casa para no terminar arruinando todo. Ana se había quejado de que le había tocado puro novio extra large y que eso implicaba algunas veces, tener relaciones dolorosas. Yo, vulgar que soy, le dije que yo tenía las manitas chiquitas y le puse la mano en la rodilla con la clarísima intención de subirla. Me paró en seco.
En el camino a casa, mi primo me dijo que estaba yo bien pendeja. Que así no se trataba a las mujeres y que no se trataba de perder una amistad por una calentura. Le dí la razón y al día siguiente cuando chequé mi correo electrónico, tenía uno de Ana que decía únicamente: “Just explain me”. Yo estaba segura de haberla cagado. Le pedí perdón y juré nunca más erotizar nuestra amistad.
1. En la primera foto estamos Ana, yo con mi camiseta de rinoceronte, Rosario y Tenorio. (Noviembre de 1995). Èsta era la banca donde me estacionaba todos los días.
2. En esta foto estamos la abuela de Ana y yo en el intercambio navideño en Chiapas. (Diciembre 2000). A ella le tocó regalarme, pero no se enteró y no soltaba el regalo.

Faltan 15 días para el nacimiento de Diego y Santiago!!!!!

3 comentarios:

Gloria dijo...

Qué delicia leer y ver de cerca lo que sólo me permitían ver de lejos. No recuerdo en qué fase de su amistad o examistad las conocí, pero recuerdo que las conocí juntas, en la cafetería de la preparatoria.

A veces me sorprende mi propia clarividencia.

Me saqué muchísimo de onda durante tu fase bisexual. ¿Que no eras lesbiana? ¿que no amabas a Ana?

Creo que ahora sé por qué Martha y Janell siempre me cayeron gordas: no eran Ana.

Anónimo dijo...

Solo puedo decir una cosa: en estos momentos me brillan los ojitos!!

Que preciosa historia y qué bien escribís las dos!! Apenas os conozco, pero me permito compartir vuestra felicidad.

Gracias por ser así. Besos a los cuatro (y a Cloti, aun te acompaña Ana?)

Abrazo infinito desde Valencia (España). Espe.

Anónimo dijo...

"Es la historia de un amor
Como no hay otro igual
Que me hizo comprender
Todo el bien todo el mal
Que le dio luz a mi vidaaaa..."

y ya no le sigo porque el resto no aplica ;)

Es un deleite leerlas

Un enorme abrazo

Hector