Aplicaciones posibles del apellido materno
por: Enrique Berruga Filloy *
Gustavo es gente desorientada pero decente, nos prometió reunir a sus varias ex y a todos sus hijos para informarles de su decisión de liberarlos del yugo del apellido paterno.
Todos tenemos algún defecto que sobresale por encima de todos los que seamos capaces de acumular. El problema de mi amigo Gustavo S. es su incapacidad de discernir entre la simple fascinación por una mujer y el enamoramiento verdadero. Todavía no lo sabe, pero por esa razón lleva en su haber cuatro matrimonios. La semana pasada asistí a su boda más reciente. Aquí entre nos, y por distracción de mi parte, le envié el mismo regalo que le hice llegar para su casamiento anterior. Entiendo que ni siquiera lo notó.
Hubo casos peores; amigos comunes le enviaron el obsequio que olvidaron regalarle para su boda anterior. Nunca hubo reclamos y eso habla bien de mi amigo GustavoS.: no se casa por los regalos, sino, como ya comenté, por estricta fascinación.
Es un hombre franco y tiene bien clavados los pies en la tierra. Admite que casarse es lo de menos. Los divorcios son los que lo tienen fastidiado. La cuestión de los hijos, la falta de proximidad cotidiana con ellos, lo conmueve profundamente.
En un momento de debilidad, dos semanas antes de casarse por cuarta vez, estuvo de acuerdo con nosotros en lo injusto que resultaba que sus hijos llevaran su apellido y no el de sus respectivas madres, que son quienes veían por ellos. Como Gustavo es gente desorientada pero decente, nos prometió reunir a sus varias ex y a todos sus hijos para informarles de su decisión de liberarlos del yugo del apellido paterno y pasar a segundo plano en sus vidas, como lo demostraba la realidad de los hechos.
Ayer me reuní con él, recién desempacado de su cuarta luna de miel. Se le ve contento; con una falta de bronceado que delata lo que habrían sido prolongadas sesiones de alcoba. Pero vayamos a lo importante. Asegura que la mayoría de sus hijos han reaccionado positivamente a la propuesta de abdicar al apellido paterno, menos el mayor. No por ser el primogénito, ni tener un apego especial a su padre, ni siquiera porque le guste más el apellido del padre que el de la madre. La razón es más sencilla. No lo sé, a lo mejor es más compleja. Todo mundo lo conoce como Gustavito S. Si pasa ahora a ser Gustavito C., teme que nadie lo reconozca.
A pesar de esta dificultad, Gustavo S. ha decidido seguir adelante con su plan: liberará de su apellido a sus hijos, como un acto posmoderno de honor y caballerosidad. Está convencido de que está devolviéndole parte de su perdida identidad a sus hijos. Se ha vuelto súbitamente un zapatista (léase de Emiliano) con esa frase que ahora nadie le quita de la boca: “los hijos son de quien los cría”. Ya veremos hasta dónde llega su revolución familiar y hasta ahora privada.
*Enrique Berruga Filloy es escritor y diplomático. Su novela más reciente es Propiedad ajena, publicada por editorial Planeta.
2 comentarios:
Cuatro matrimonios...el hombre le quiere hacer carrera a Liz Taylor.
Lo del apellido me parece honesto y bien pensado de su parte.
si, pero también es medio idiota que quiera hacer que la gente deje de llamarse como se ha llamado toda la vida nada más porque a él se le ocurre.
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