Una de las frases más populares que te dicen, que escuchas y que dices una vez que llegan los hijos a tu vida es: "Los hijos te cambian" y sus decenas de variantes. El domingo, Ana y yo estábamos viendo en la tele el programa de René Franco, Es de noche y ya llegué, que tenía como invitado a Cristian Castro en su faceta de charro mexicano. Entre los múltiples e insulsos comentarios de la estrella invitada, obviamente salió a relucir 1) su encuentro con el Loco Valdés, 2) lo feliz que es ahora que le está demostrando al mundo lo buga que es, 3)Verónica Castro y 4) que será papá de nuevo y que los hijos te cambian.
Ana se quedó pensativa y preguntó si yo me sentía diferente, porque ella se sentía igual. Le contesté que en todo caso, ahora pienso en otras cosas.
Mis sueños y preocupaciones
Es chistoso, pero desde que nacieron los bebés lo he soñado un par de veces. Pero en cambio, en la mayor parte de mis planes están presentes. Por ejemplo, lo mejor que les ha pasado y en cierta forma, lo mejor que nos ha pasado en la vida ha sido volver a Monterrey. Sí, ajá, pero exactamente de bueno ha sido de malo.
Me he dado cuenta que la frase "los problemas van contigo, vayas donde vayas", es totalmente cierta ya que los problemas no se resuelven, vuelvas las veces que vuelvas si no está escrito en el destino que así tenga que suceder.
A casi nueve meses de haber regresado, puedo decir que estoy muy contenta porque para los bebés esta ciudad ha resultado muy positiva HASTA AHORA. Encontraron buena pediatra, buen tratamiento para el reflujo, crecieron un montón al estar en convivencia con los hijos de Myrna, han ido a muchas fiestas de primos, no les ha faltado nada porque tienen a sus dos mamis, montones de tías y tíos, a su abuelo y su abuela; el mercadito ha sido la mejor juguetería que hemos encontrado y poseen una vasta coleccion de zonajas y cubos. Sin embargo, esta vida no es la clase de vida que quisiera darles, así que mis esfuerzos están encaminados a encontrar un lugar agradable para que sigan creciendo.
Mis temores, mis preocupaciones
Ana dice que no le dio depresión pos parto, o al menos eso dijo el 11 de octubre de 2006 y durante un buen tiempo. A mí sí me dio. Me sentía completamente extraña. El martes 10, el día en que nacieron los bebés, yo estaba tan ocupada haciendo mil y un cosas que cuando llegamos al hospital y nos dimos cuenta que se nos había olvidado la tarjeta de débito casi me da el supiritaco. Tuve que regresarme en taxi a la casa, buscar entre todas las cosas y correr de vuelta al hospital que no es que estuviera lejos, pero no sabía cómo se hacía todo lo relativo a la cesarea. De regreso al hospital, atrapada por algunos minutos en el tráfico de División del Norte, casi se me escapan las lágrimas cuando escuché una canción; me la tomé muy a pecho, tanto que no he hablado de esta anécdota con nadie. La canción les digo luego, porque todavía me llega y tengo hipersensibilidad al ridículo.
Todo el 10 de octubre, desde mi punto de vista, fue una serie de descargas emocionales que me fulminaron anímicamente. Sentí de golpe la responsabilidad y en ese momento pensaba que mi vida no iba a volver a la normalidad porque durante el embarazo tuve que ver por Ana y la carga no disminuia, sino muy por el contrario, aumentaba. Dos bebés y su mami recaían por completo en mí. Así lo veía yo. En la noche, cuando Ana moría por cargar a sus bebés y por conocer a Diego (nada más le pudo ver el pie en el quirófano) yo sentía que al día siguiente nada más iban a quedar moronitas de mí. No logro explicar con exactitud lo que sentía, porque por un lado estaba realmente emocionada de poder verlos y cargarlos y por el otro me pegaba un sentimiento de tristeza y desamparo.
Y así estuve hasta que internamos a Diego (!!!mi bebé!!!!) y del susto se me olvidó la depresión. A partir de ese preciso momento me dejé de chingaderas y me valió madres si tenía que mantenerlos yo sola a los tres por el resto de la vida. Mi chiquito estaba en el hospital: tenía cosas más importantes de las cuales ocuparme. Creo que esa fue la primera gran lección de mi vida, luego del nacimiento. Misma que recuerdo con singular alegría cuando estoy de buenas y optimista: al final, las cosas siempre salen.
Y bajo esta premisa, sé que las dificultades que vienen van a ser superadas, pero si en el inter le podemos dar un empujoncito, qué mejor.
¿Y ahora qué hago?
Creo que es la pregunta sin respuesta de todos nosotros, padres y madres primerizas. En el hospital todo parecía tan fácil, todo parecía tener respuesta y nada nos atemorizaba. Sin embargo, el primer día en casa produce tanta ansiedad que terminamos a) dándonos por vencidos, b) llamando a personas con sobrada experiencia, c) aplicando todos los consejos de todos los libros al mismo tiempo o d) simplemente nos echamos a llorar con el bebé.
En nuestra transición y porque Diego estaba en el hospital, la mamá de Ana estuvo casi un mes en el DF. No es que tuviera todas las respuestas, pero al menos a mí me sirvió de refuerzo emocional, me dio cierta estabilidad. No nos iba a resolver la bronca de ninguna manera, pero yo sentía que la situación estaba bajo control.
Por lo demás, estos bebés tienen la enorme ventaja de que Ana posee un sexto sentido, una especie de talento para saber cómo consolar o hacer sentir más confortable al bebé. No sé, me imagino que yo no hubiera llegado tan rápido a las respuestas porque después de todo esta tarea es un reto que debe resolverse contra reloj.
Tal vez por eso, ya cuando los bebés cumplieron el mes y medio, muy a mi pesar, regresamos a Monterrey como persiguiendo esa certeza... las cosas han sido favorables en ese sentido...
Una vez que los bebés se aclimataron a esta inhóspita tierra y que superaron poco a poco el reflujo y las alergias, me fui relajando porque aunque era la primera vez que tenía hijos, ya había estado en contacto con niños en una especie de curso propedéutico. Para empezar, mis odiosos primos. Soy la cuarta nieta de trece, así que me tocaron muchos y de muy variadas edades. En segundo lugar, cuando yo tenía 20 años, si mal no recuerdo, Myrna tuvo a su primera hija; año y medio después, tuvo al segundo y ya cuando yo tenía 27 tuvo a la tercera que ha sido la que más de cerca me ha tocado. Muchas e incontables ocasiones, salimos con ella y los niños. Ana se empeñó en que el grupo de amistades realizara actividades en donde también pudieran participar los hijos de Myrna y lo consiguió. Ir al cine fue una de las tantas actividades en las que puso énfasis: mientras los dejaran pasar sin pagar boleto, primero y luego ampliando el criterio y entrando también a funciones para niños. A mí SIEMPRE me sonó descabellado, pero esta experiencia me sirvió mucho para no tener miedo de llevar a los bebés. Recuerdo que su primera función fue el Agente 007. Los dos se sobresaltaron, pues era una película de acción.
Ya con más intención
Luego en el DF conocimos a Karina y su hija Ori. La conocimos cuando la niña tenía cuatro años. Con Ori, así como con Paola ( la última hija de Myrna) y Gabriel (el sobrino de Ana), mi convivencia fue con más intención: conocer el mundo de los niños y ver si yo era compatible con el mismo. De esta experiencia científica saqué una conclusión esclarecedora: los niños se antojan. Tres años de esta convivencia me enseñaron que no hay que tenerles miedo (sino hasta que son adolescentes je je) y que es más fácil adaptarlos a tu vida si se busca el terreno propicio.
Karina llevaba en numerosas ocasiones a su hija a todas partes, llámese Marcha del Orgullo, Evento Pro Sociedades de Convivencia en el Hemiciclo a Juárez, fiestas de cumpleños, estudios feministas, juntas de la Sexta, Plantón por Atenco. No importa el giro de su compromiso, cuando no tiene (o no quiere) con quien dejarla, carga con ella. Ori no se aburre, encuentra con quien jugar y como buena preescolar (en aquel entonces) quería opinar. Todas esas experiencias, creo yo, han sido positivas en la vida de la niña, no sé, como que ha tenido contacto con muchas personas de muchos tipos y eso la ha hecho madurar de una forma bonita. Cuando cumplió 6 años, por razones diversas, tuvo que entrar a una escuela rural; luego ya se cambió a la pública correspondiente a su sector. ¿Cómo le afectó eso a Ori? Pues no me parece que haya sido algo negativo, al contrario, escribió una poesía que ya quisiera yo haberla escrito a los 6 años.
Los planes cambian
Es cierto que me gusta la vida nocturna. Es cierto que fui desvelada entre desveladas. También es cierto que me gusta que me amanezca donde sea. La ventaja es que puedo prescindir de antros, la desventaja es que se me antoja justo lo que no puedo hacer. Aún así, no me he privado de nada ahora que están Diego y Santiago. Hemos ido a fiestas, reuniones, carnes asadas, restaurantes, parques, cines, centros comerciales, viajes, excursiones, bodas, graduaciones. Yo en lo personal, me he escapado más que Ana a barecitos, cafés y demás. Lo único que cambia ya había cambiado antes y es que cuando ya te has establecido con una pareja, pues ni modo de llegar al día siguiente en un mar de alcohol.
Mis planes de fin de semana han sido de lo más variado. A veces incluyen a más niños y a amigos con sus hijos. A veces, vamos a casa de amigos, a veces salimos con ellos a pasear o a cualquier lugar, a veces nada más vamos Ana, yo y los niños, a veces van los abuelos. Y todo es divertido.
Tal vez el único inconveniente es que no pueden entrar a antros y que en nuestro caso, es imposible viajar ligero.
¡Eres otra y la misma! Te quiero por querenos tanto y por ser siempre tu.
ResponderBorrarYo también creo que los niños se antojan, porque cuanto más leo vuestro blog, ¡más quiero tener uno! :P
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