En algo coincido con la mayoría de los artículos que hemos puesto: aceptar el deseo de ser madre para una lesbiana es muy difícil. Implica, sobre todo, un gran trabajo en la aceptación de la preferencia sexoafectiva y la suficiente autoestima para sortear las preguntas y cuestionamientos, ambos, los de buena y los de mala fe.
Recuerdo aquel primero de abril de 2003 cuando Ana y yo iniciamos nuestra relación, que lo primero que me dijo fue: "nada más que yo quiero tener hijos". Ana tiene dentro de su código de conducta el ser clara, a ella no le gusta entrar a ninguna relación, sea de pareja, de amistad o laboral sin haber aclarado ciertas cosas. En mi caso dijo que no me iba a engañar, que ella tenía un deseo profundo y genuino de ser madre y que nada le gustaría más que fuera yo la que la acompañara en eso, pero que, si no formaba parte de mis planes, era bueno que lo supiera desde el principio para no meternos en una complicación futura. Cabe destacar que yo, en ese momento, no quería tener hijos, tenía un autoconcepto de mí muy limitado, pese a tener 24 años, pensaba en los hijos como algo que decidiría "cuando fuera grande". Sin embargo, sabía que biológicamente tenía un tope.
En aquellos tiempos, era yo bastante temerosa y calificaba dentro del grupo de personas a las que les da miedo vivir, por supuesto, no es que se me notara, pero en el fondo subyacía este sentimiento.
A partir de ese momento, empecé a cuestionarme y a reflexionar sobre tener hijos, pero la pregunta que más me hacía era si acaso yo, como lesbiana, tenía derecho a la maternidad. Pero vamos, un derecho bíblico, como si fuera una gran travesura o un gran desafío a la Madre Naturaleza. Yo le dije a Ana, ta weno, luego hablamos, pero en el fondo, secretamente deseaba que se le olvidara. No porque no quisiera, sino porque la sola idea me daba pánico.
Mis pensamientos iban desde "soy lesbiana porque el mundo está sobrepoblado", hasta el "¿y será correcto traer vidas al mundo sin deberla ni temerla?"
Lo que terminó por minar mi fuerza de voluntad, fue cuando en el verano de 2003, Ana me dio anillo y quiso comunicar esta felicidad a varios de nuestros amigos. Fue el verano más espantoso de mi vida, porque dejé que el rechazo de esta gente me afectara a tal grado que hice pasar a Ana más de dos ratos amargos. Hasta más tarde me di cuenta de lo que me pasaba, la mentada homofobia internalizada, que en mi caso era lesbofobia. Creo que durante mucho tiempo fui mi principal detractora. Pero, por fortuna, el cosmos me dio la oportunidad de vivir tres años de mi vida en el Distrito Federal.
En diciembre de 2003, cuando me fui a vivir con Ana y en enero de 2004 cuando nos casamos simbólicamente, Ana me recordó sus planes y yo le dije que le diéramos un año a la relación. Si nos acoplábamos, entonces nos aventaríamos un paquete como ése, pero en realidad, lo que yo necesitaba era hacer un ejercicio mental y espiritual muy fuerte.
Una vez le pregunté a una amiga lesbiana que por qué quería tener otro bebé y su respuesta ha sido la más sincera e inspiradora que he oído: "Por el simple egoismo y satisfacción personal, en pocas palabras, porque quiero". Y es cierto. Si quitamos que uno tiene hijos porque, como dice Franco de Vita, "son la base del matrimonio" o porque tuvieron un desliz o porque alguien abusó sexualmente, nos quedamos ante la pregunta más compleja e inútil del mundo: ¿por qué gays y lesbianas, bugas y no bugas quieren tener hijos? La mera verdad, no hay nada loable ni sublime en el motivo, las personas (la mayoría) tienen hijos porque les dio la gana y ya.
Yo solía justificar mi lesbiandad con el siguiente argumento: La Naturaleza es muy sabia y la sobrepoblación del mundo se controla naturalmente mediante los comportamientos homosexuales; no hay deseo de aparearse porque no hay condiciones para ello. ¿Se imaginan? Mi principal escudo, mi defensa ante la sociedad derribada. Lo chistoso es que mientras más me lo cuestionaba, más ganas me daban de tenerlos.
Ese mismo verano, Ana le dijo a un par de amigas (hermanas entre sí) que además de "casarse" conmigo quería tener niños. Mache, la menor, opinó como viendo el toro desde la barrera: "¿Por qué mejor no se esperan a que crezca la primera generación de hijos de lesbianas para ver cómo esto afecta su psique?". Cabe destacar que Mache es Psicóloga de la UR y su opinión, por muy mala que fuera, fue parteaguas de la postura de mucha gente. Pero, lo peor de todo, es que yo, en mi ingenuidad, sí creí que las lesbianas apenas andaban desafiando al mundo y andaban teniendo hijos. Caí en cuenta de mi estupidez cuando conocí montones de lesbianas en el DF. Y fue ahí donde me di cuenta que también en Monterrey había madres lesbianas, etc, etc, etc. Mi percepción se expandió y cuando me enteré de la historia del movimiento lésbico en México, dejé de respetar mucho mucho mucho a esta persona "profesional" en el área de Psicología. Me quedé pensando en lo peligroso que es tener a profesionistas así, sueltos por todas partes, pero he ido madurando más mi pensamiento y debo admitir que la realidad suele ser bastante cruel.
En la Ciudad de México conviví con hijos de lesbianas y de pronto me ganaba la curiosidad y les preguntaba cosas como qué se siente, si tenían algún problema. El contacto con ellos fue quitándome el miedo y fui modificando la idea y el deseo.
En sí, reconocer las ganas, hacer planes, darle forma a los pensamientos tomó casi tres años. De tal suerte que ahora, estoy absolutamente segura y convencida y sé de muchas batallas que todavía me faltan por pelear, pero, sobre todo, se siente una inmensa responsabilidad. El hecho de tener hijos pensados, planeados y deseados crea, en la conciencia de una misma, una responsabilidad increíble, porque nadie ha forzado las cosas ni nadie nos puso una pistola en la cabeza. Pero, al mismo tiempo que da miedo, da la satisfacción de estar muy segura que la maternidad se eligió y no que las presiones del mundo heterosexista nos han obligado a tener hijos. Yo misma me pregunto algunas veces, para qué quería hijos mi madre. Y estoy segura que ella nunca contempló la idea de no tenernos como opción. Creo, firmemente, que toda mujer, buga, lesbiana o bisexual debe tener muy claro esto. El instinto y amor maternal no son parte intrínseca de la mujer, es cuestión de voluntad y de ganas. Este es el gran descubrimiento. El como seamos o cómo nos comportemos no indica que por fuerza los niños nos inspiren ser la mejor madre del mundo o al contrario, que por tener un aspecto masculino y fuerte, no seamos capaces de prodigar amor y volcarnos emocionalmente en un bulto cagón y llorón, pero encantadoramente simpático y tierno.
Muy padre reflexión, yo creo que tenemos hijos porque la felicidad es una de esas cosas que se multiplica cuando se comparte y quien mas tiene mas quiere compartir. La verdad se ven como una familia muy feliz.
ResponderBorrarNosotros tambien felices de tenerlas por aqui.
Osea todo mundo feliz :)
ResponderBorrarY nosotras estamos muy felices de estar aquí, con nuestros amigos de "toda la vida", de nuevo en casa...
ResponderBorrarBueno, extrañamos mucho a Marlene, a Genny y a Karina. Por qué no se puede viajar con más facilidad?
En fin, estuvimos muy contentas en la carne asada del fin de semana, a pesar de las "complicaciones", y esperamos que se vuelva rutina, de perdis una vez al mes reunirnos en grande!
hola chicas,
ResponderBorrarGracias por toda la informacion que suben a esta pagina me ayuda. Quiero contactarles pero no se como, ojala que pudiesen enviarme un correo, quisiera pedirles algunos datos del doctor que las atendio. mi correo es rarreguin@ime-tv.com. me llamo Rebecca Arreguin y tengo mucho rato leyendo su pagina. ojala pueda recibir una respuesta de su parte
Carne asada???
ResponderBorrarNo manchen! Que envidia! Con las ganas que traigo de una carne asada de a deveras, no inche BBQ!!! Ni modo, en dos semanas estamos por alla y nos pueden invitar la carnita.
P.D.:
Como les dije ya muchas veces... Ustedes felices, nosotros felices! Que bueno que tomaron la decision y la esten disfrutando. ;)
Atte.:
David