Una vez pasada la adrenalina del nacimiento de Diego y Santiago, hago un espacio para reflexionar sobre el aspecto social y político del acontecimiento.
Empezar un embarazo fuera del clóset y como pareja lésbica abre muchas puertas. Las abre en el sentido de que de antemano se reclaman derechos ante las personas que se ponen enfrente. Desde un principio nuestro doctor supo nuestra relación, de manera que cuando nacieron los niños expidió un permiso para que yo pudiera entrar en los cuneros y al área de crecimiento. Me levantaron los datos, pero las principales enemigas de este tipo de excepciones son las enfermeras y las temibles policías. Es lógico que un área tan sensible como ésta, esté sujeta a vigiliacia y a seguridad y reglas extremas, pero, ¿quién se atrevería a negarle permiso de acceso a la pareja de la mujer que acaba de parir o tener una cesárea?
El permiso fue expedido y cada vez que tuve necesidad de entrar, entré. No sin antes pasar por el proceso inecesario de explicar por qué iba yo junto a la madre. Y digo innecesario porque una orden es una orden y si ahí dice que puedo entrar, entonces puedo. Las enfermeras tienen que vivir con la idea de que un médico dijo que yo era responsable de esos niños y no entrar en dimes y diretes. Diego y Santiago eran famosos en los cuneros. Las enfermeras no dejaban de hablar de ellos y los consentían mucho por gemelos y por chiquitos, además, cabe destacar, porque mis hijos son una hermosura en bulto chillón. En fin, que nada más porque no soy afrentosa, porque de lo contrario a un par de ellas le habría contestado poco amigablemente que lo suyo eran meras ganas de molestar, porque preguntar lo mismo todos los días son muchas ganas de intentar poner en evidencia que no tengo ningún derecho legal. Y digo, cómo pueden saber pelo y señal de los gemelos y de pronto olvidarlo así de pronto. El punto es que lo hacían adrede, hasta que Ana se encabronó y dijo: “Bueno, ¿qué?, ¿quiere que le traiga la receta para que vea que yo soy la portadora y ella la madre?” Este incidente me hizo reflexionar en que, tal vez no la tenemos tan difícil ni en la teoría ni en las personas que pueden ejercer cierto poder para permitir algunas cosas. Sino que verdaderamente la tenemos difícil con los encargados de ejecutar las disposiciones. Es más fácil que los doctores den la cara para hacer “excepciones” a que las enfermeras o las policías acaten una orden médica. Es triste, claro, pero son estos detalles los que cambiarán poco a poco las estructuras y la manera en que vemos a éstas. Yo todavía me pregunto, ¿a qué le tienen tanto miedo? Si un día nos levantáramos y anduviéramos como si nada por el mundo, este tipo de cosas no pasaría.
La red médica que se construye en un proceso como éste es muy interesante. Nuestra terapeuta nos recomendó al ginecólogo, el ginecólogo a la pediatra y así se va haciendo más sencillo explicar las cosas porque no suponen, sino que se limitan a hacer su trabajo.
Al día de hoy, mis gemelos tienen 6 días de nacidos. He empezado una nueva fase en la vida. De pronto, El Club del Desempleo no se reúne más, la tía excéptica viene desde Toluca a visitar y tiende la mano, la madre de Ana nos echa la mano con dos o tres cosas, la Tía Meña lleva a Ana a conseguir una fórmula especial para Santiago. Se comportan como familia; con sus muchos defectos. A nuestras espaldas el comentario suspicaz, el “no saben en lo que se meten”.
Y henos aquí, madres en funciones. Apenas asomando la cara al mundo, apenas iniciando la aventura, apenas vislumbrando los destellos del futuro.
Como madres lesbianas, el reto apenas empieza. Los descalabros no terminan, sino que continúan, pero también las conquistas que fortalecen el espíritu.
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